LA PASIÒN POR LOS ÀRBOLES - JOSÈ LEÒN LABORIDO y
LUCÌA CABRERA
Surge entonces la
interrogante inevitable: ¿Quién era
José León Laborido?
Voy a contarles apenas una parte, muy pequeña, de la historia de vida de una familia que vino a esta zona allá por el año 1911.
Don Domingo Laborido, que
se había venido de Italia, vivía en el departamento de San José. Allí fue a
contratarlo el señor Luis Galimberti para plantar árboles y él se vino, con su
esposa y tres hijos. Uno de esos hijos era José León. Los otros hermanos se
llamaban Dominguito y Humberto. Se establecieron en la Estación Las Toscas,
(que así se llamaba la actual Estación Atlántida), a la sazón un caserío que se
iba armando alrededor de la parada del ferrocarril.
Las tierras que había
comprado Galimberti a Juan Ramón Hernández, en 1911, eran 108 hectáreas. Una larga
franja, ubicada entre las propiedades de la “Arborícora Uruguaya” y las de don Mario
Ferreira, que eran las más extensas. Ambos (Galimberti y Ferreira) habían
comprado al mismo tiempo y al mismo precio, 20 centésimos el metro cuadrado.
La propiedad de don
Luis Galimberti abarcaba todo lo que ahora se llama Pinares de Atlántida y
llegaba por el sur hasta la playa, a la altura de donde ahora están las
viviendas cooperativas llamadas “del Casino”. En el comienzo era un gran arenal
vacío de árboles, como toda la zona.
Haga
el lector una composición de tiempo y lugar, para poder apreciar las
dimensiones de la visión y el esfuerzo de estos pioneros forestadores. El
ferrocarril y el “Camino de la playa” (actual Ruta 11) eran las únicas vías de
acceso a esta parte de la costa. Quienes compraban esas tierras, –por muy poco
dinero, es cierto- en realidad se hacían dueños de extensos arenales, grandes médanos,
hondos cañadones y espesos juncales.
Retomando la historia
de la familia Laborido, tenemos que José León Laborido Sandoval se casó en
1927, con Lucía Cabrera Gutiérrez, que había nacido en Cañada Grande y en ese
momento tenía 17 años.
Tuvieron seis hijos: Josefina, Humberto, Elena, Esther,
Olga y Dora.
José León Laborido y
Lucía Cabrera deben ser recordados como pioneros en materia de plantación de
árboles. Plantación real. No de mandar plantar; sino de meter las manos en la
arena y sembrarla, día a día y año tras año. Galimberti había traído de Italia las
semillas para empezar el vivero.
Miles de árboles se
plantaron: pinos, eucaliptus,
acacias, todos ellos de varios tipos. Se hacían primero los plantines, con
tierra y abono, en pequeñas macetas de barro cocido, hechas por ellos mismos, y
luego se iban poniendo en la arena. Después había que cuidar las plantas de las
hormigas, de día y de noche.
Pero
la pasión por los árboles era también amor por la tierra y sus productos,
porque alrededor de “las casas” crecieron viñedos de uva moscatel, rosada y
blanca; crecieron durazneros, manzanos, naranjos, perales, ciruelos, nísperos, ananás,
piñoneros, huertas de sandías y melones.
En el interior del
predio se andaba a caballo, en sulky, -en bicicleta también-, por caminitos que
se iban dejando entre los árboles.
Cuando murió don Luis
Galimberti -debido a un accidente-, la propiedad pasó por otros dueños y cuatro
administradores, pero la familia Laborido-Cabrera continuó trabajando con todos
ellos en total armonía. La casa de Galimberti, que en su origen era de tres
pisos, se construyó en 1916, con ladrillos hechos por los Laborido y unos
italianos recién venidos de su país.
Dicha casa -y toda la
propiedad- se llamaba “Villa Olga”, nombre de la única hija
de Luis Galimberti.
Los
Laborido-Cabrera pasaron a vivir en “Villa Olga” desde el año 1936,
cuando nació la menor de sus hijas. Durante muchos años los habitantes de la
casa se alumbraron con faroles y lámparas, porque la luz eléctrica recién les llegó
en el año 1962.
"Villa Olga" - entrada - fotografía de 2011
La construcción aún se
mantiene en pie, aunque con un piso menos, ya que hubo de ser reconstruida
después de un gran temporal ocurrido el 24 de febrero de 1966, durante el cual
cayeron varios eucaliptus gigantescos sobre la casa, destrozando parte de una
pared y con ella el altillo y el techo.
Esa noche
José León Laborido estaba tratando de levantarse de la cama, cuando le cayó el techo
encima, roto por los eucaliptus que él mismo se negaba a podar para sacarles
altura; tal vez porque su amor a los árboles le llevaba a respetarlos en su
derecho a crecer, por sobre cualquier dimensión razonable como para tenerlos
cerca de una vivienda.
Falleció pocos meses
después, sin haberse podido recuperar de las consecuencias del accidente.
Cuentan
que José León formaba una pequeña orquesta, en los bailes familiares que se
hacían en la casa, por los cumpleaños y para carnaval. Él tocaba la guitarra y
dos europeos, que habían recalado en Atlántida por aquellos años, se le unían: Rudy Wolmut, un austríaco, tocaba el címbalo; mientras que Willy, húngaro
él, tocaba el violín.
Hoy día aquella
guitarra permanece colgada en un ángulo de la sala principal de la casa. Y un
cuadro de Rudy Wolmut preside dicho ambiente, sobre la estufa.
Allí también lucen, como
decoración, dos escopetas que se utilizaban para cazar las liebres que abundaban
en las plantaciones.
Unos días después fue a consultarlo y se dio cuenta que el médico tenía los árboles sin plantar. Entonces le pidió una pala y un balde de agua y los plantó ella misma.
Eso habla de un carácter muy particular; en una mujer que no quería dejar nada sin terminar, o para el día siguiente.
Lucía Cabrera de Laborido murió el 9 de julio de 1997 –habiendo sobrevivido a su esposo por casi treinta años- y sus cenizas fueron esparcidas en el jardín de “Villa Olga”, bajo un Olivo que ella misma plantara y del que los vecinos iban a buscar ramas para llevar a la iglesia el “domingo de ramos”.
Cuentan que Lucía se las daba con mucho agrado porque, además, el árbol había sido bendecido por un sacerdote de la parroquia que era amigo de la familia.
Por
último, quiero dejar dos frases que me quedaron grabadas al tratar de conocer
el talante de estas dos grandes personas.
Una frase de José León
que -según dice su familia- repetía aún después de aquel temporal que tuvo
consecuencias trágicas para él: “Por
cada árbol que muere hay que plantar tres”.
La otra, de Lucía, que
quedó escrita para siempre en una carta:
“Yo planto un árbol cada día y seguiré plantando árboles hasta el último
día de mi vida”.
Wilson Mesa - octubre 2011
Fuentes
de información :
Entrevistas
a Olga y Dora Laborido Cabrera, año 2011, con Olga Pìriz y Arinda Gonzàlez Bo..
Carta manuscrita de Lucía Laborido a Yamandú López, aportada por la hija de éste último.
Aportes de Magela e Ivonne Delgado Laborido.
IMÀGENES - Fotografías aportadas por familia Laborido.
Fotografías de 2011, son de Arinda González Bo.
Artículo publicado en la Revista CENTRO - Noviembre de 2011.
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