25/1/21

CAMBÀ NAMBÌ – LA LEYENDA DEL TIMBÒ

                                                          

CAMBÀ NAMBÌ – LA LEYENDA DEL TIMBÒ

Crónicas de Atlántida – por Wilson Mesa

Es difícil escribir una crónica para el mes de enero. Encontrar un tema de interés, que no sature al lector y que pueda ser ameno de leer. No voy a traer el tema del Covid19, porque ya hay bastante información al respecto.

No voy a escribir sobre los problemas económicos en nuestro país, especialmente para las personas que la están pasando muy mal, porque el que quiera puede ayudar y sabe cómo debería hacerlo.

Así que andaba en la búsqueda de algo interesante para contarles cuando, recorriendo la “Plaza de los Escolares”, me encontré con un objeto en el suelo que evidentemente había caído de un árbol.

Era una cápsula leñosa con forma de riñón, o de una oreja, de color marrón oscuro, casi negro. Me di cuenta que estaba frente a un TIMBÒ y que la cápsula provenía de él.

En realidad esa baya es el fruto del árbol y en su interior se encuentran las semillas.

 

Procuré indagar más –siempre desde un punto de vista literario y no botánico- sobre esos ejemplares de la flora nativa y fue así que me encontré con varias leyendas de raíz indígena sobre este árbol tan especial. La cultura guaraní está en el nombre TIMBÒ, y en el otro nombre con el que también se le conoce CAMBÀ NAMBÌ, que denomina tanto al árbol como al fruto que encierra sus semillas, y quiere decir “oreja negra”, u “oreja de negro”, en lengua guaraní.

Es de esos bellos nombres que han surgido las leyendas que poéticamente pretenden explicar las características de este ejemplar vegetal.

Entre todas esas leyendas preferí acercarles la de un poeta nuestro, Fernán Silva Valdés, quien no pone nombres a los personajes, ni ubica un lugar geográfico determinado. Dice así:

 LA LEYENDA DEL TIMBÒ

<< Era un viejo cacique indio, alto, musculoso, de melena tirando a gris y de plumas rojas bajo la vincha.

La india que compartía su toldo le había dado varios hijos varones seguidos y recién al final, una hija, la cual fue criada como una princesa, salvaje, es cierto, pero con mimos de princesa.

Al llegar a los quince años, ésta se enamoró del hijo del cacique de la tribu vecina, que era enemiga, y como por las leyes indígenas no podían unirse en matrimonio, se unieron ellos por voluntad de amor ante el máximo sacerdote de sus creencias primitivas, que era el Sol.

Y la princesa así desapareció del toldo, o sea del hogar, pues el hijo del cacique, huyendo a la vez de los suyos, la había llevado muy lejos.

El padre de la joven, desesperado, salió con un grupo de guerreros a rescatar a su hija. En su busca cruzaron bosques, ríos, arroyos, escalaron serranías, andando durante meses bajo las lunas blancas.

Pero llegó el invierno, y los guerreros, creyendo que el cacique había enloquecido de dolor y creyendo a la vez que la princesa no iba a ser hallada, lo abandonaron.

Continuó el viejo cacique la búsqueda él solo; pero ya no era el jefe, el tubichá, quien lo sostenía en su intento, sino su amor de padre.

De tiempo en tiempo se detenía y apoyaba una de sus orejas en la tierra, siempre con la esperanza de oír, a lo lejos, las pisadas de la princesa buscada.

Así pasó el invierno. Al llegar la primavera, los guerreros partieron en busca del cacique, y luego de mucho andar lo hallaron muerto.

Al intentar levantarlo, notaron que una de sus orejas estaba unida a la tierra como con raíces. Con cuidadoso esfuerzo lo levantaron, pero la oreja quedó unida al suelo.

Y de esa oreja nació una plantita, que fue creciendo, creciendo, hasta convertirse en un grande y hermoso árbol, al que le pusieron el nombre de TIMBÓ; y ese árbol produce las semillas o bayas con la forma humana de color oscuro, como fue la oreja del viejo indio, que murió pegada su cabeza a la tierra en la esperanza de oír los pasos de la hija que volvía.>>. Fernán Silva Valdés.

 

Todos los Timbós que podemos encontrar en nuestras calles, plazas, espacios libres o jardines particulares, son autóctonos, son árboles de nuestra flora nativa, aunque Uruguay no es el único país de América que los tiene.

Como información complementaria les digo que en la “Plaza de los Escolares” hay uno muy grande casi en el centro del espacio, (plantado hace 22 años por el Grupo Myrsine), y dos o tres de menor fuste. (ver foto).

El nombre científico del TIMBÒ es “Enterolobium contortisiliquum”, es un árbol de las regiones sub-tropicales de Sudamérica, encontrándose en Brasil, Uruguay, Bolivia, Perú, Paraguay y Argentina. 

 

Es muy reconocible por sus bellas flores, su copa ancha que da muy buena sombra, y su altura que puede llegar hasta los treinta metros. Necesita espacio para poder crecer, por lo que es necesario plantarlo en terreno abierto. Su copa ancha y el rápido crecimiento -algo destacable en una especie de Sudamérica- lo convierten en un árbol ornamental para parques y avenidas. Florece a mediados de primavera y principios de verano; fructificando en otoño.  

Tienen fama de ser árboles muy longevos. Y al respecto de esta afirmación viene a mi memoria otra historia, pero esta sí no es leyenda, sino pura realidad.

EL TIMBÒ DE SANTO DOMINGO DE SORIANO

 En el año 2015, habiendo llegado con Arinda hasta Mercedes, al regreso quisimos pasar por la Villa de Santo Domingo de Soriano, que está emplazada sobre la margen izquierda del río Negro, a 5 kilómetros de su desembocadura en el río Uruguay.

Es una antiquísima población del departamento de igual nombre, que fuera fundada en el año 1624 y de la cual se cuenta muy orgullosamente que José Artigas, vivió allí durante quince años.

Nos cuenta la historia que la primera mujer de Artigas de que se tenga conocimiento documentado es Isabel Sánchez (nacida en 1760) quien fue su amor de juventud. Estando separada de su primer marido Isabel Sánchez y José Artigas se enamoraron y de dicho amor nacieron cuatro criaturas en la Villa de Soriano: Juan Manuel (1791), María Clemencia (1793), María Agustina (1795) y María Vicenta (1804). Como se puede observar la relación se prolongó por un largo período, ya que entre el primer y el último de los hijos conocidos media un lapso de casi tres lustros; 1791 a 1804. (Ver “Las mujeres de Artigas”, publicado en Revista Centro, Nº57, junio, 2014).


Hecha esta digresión -que me pareció interesante de contarles-, volvamos al motivo principal de la visita a Villa Soriano, el cual era ver de cerca un famoso ejemplar de Timbó que según alguna página web –que no voy a nombrar-, decía que era el más “viejo” que existía en el país. Allá fuimos.

Dicha página web dice aún hoy lo siguiente: << El Timbó es la mejor señal para indicar la proximidad de Villa Soriano cuando llegamos por la ruta 96, pues se encuentra emplazado en plena entrada del pueblo, sobre la calle Cabildo. La singularidad de este Timbó, radica en su sorprendente tamaño, estimándose que el diámetro de su copa tiene unos 40 m y unos 3 m el de su tronco.

Al respecto, la tradición local le otorga un origen por el año 1904, cuando un vecino de los alrededores, apellidado Mendieta, lo plantara para granjearle sombra a su casa. Pero según Técnicos del Jardín Botánico de Montevideo, en ocasión de estudios sanitarios que se le efectuaron al Timbó, se le estiman más de 200 años de vida…>>.

 

Imagínense nuestro asombro y decepción también ¿por qué no? al encontrarnos a la entrada de la Villa con un gran “esqueleto” de Timbó, al que rodeaba un alambrado dentro de una manzana vacía que al parecer era un proyecto de parque público.

La verdad es que el famoso Timbó de Villa Soriano es desde hace bastante tiempo un árbol seco. Averiguando un poco sobre la razón de ese suceso aparece en otra página web, esta información:

<< Hay vecinos que informaron que desde el año 2008, los lugareños comenzaron a notar el deterioro de este enorme ejemplar, a raíz de lo cual, estuvo en Villa Soriano una delegación de la Comisión del Patrimonio y del Jardín Botánico para estudiar conjuntamente con la Intendencia la forma de recuperar el Timbó.

Algunos pobladores dicen que este árbol fue plantado en 1904, por un vecino de la localidad de nombre Mariano Mendieta, con el fin de tener sombra cerca de su humilde rancho; otros sin embargo van más atrás en el tiempo y dicen que podría tener más de 200 años.

Sobre las causas de “su muerte” entendidos en flora dicen que habitaron en sus ramas muchas plantas del “clavel del aire” que es una especie de “parásito vegetal” que habría llegado desde el Delta argentino.

Otros opinan que al colocarle focos para iluminarlo esto, en vez de ayudarlo contribuía a invertir el tradicional proceso de la fotosíntesis. En el año 2002 un grupo de estudiantes de Formación Docente realizaron una jornada de sensibilización con el fin de ayudar a quitar el clavelillo de sus ramas.

El tiempo pasó, no se hallaron las soluciones adecuadas y ahora al entrar a la Villa Histórica se ve la imagen desoladora de un árbol que en otra época atraía las miradas por su verdor.>>. 

 

 CONCLUSIÒN

 

Lo anterior lo traje a colación, no como crítica, sino para que se aprecie la importancia de la plantación de árboles y del cuidado de los mismos.

En este sentido es muy destacable el trabajo que viene haciendo desde hace más de dos décadas el Grupo Myrsine, -con el apoyo del Municipio de Atlántida y del Centro Comercial- en cuanto a la forestación de espacios públicos con la participación de centros educativos, para que los niños se sientan protagonistas de una actividad tan valiosa y con ella aprendan a amar los árboles como parte fundamental del ecosistema urbano.

                                                               Wilson Mesa – Diciembre 2020 

FUENTES :

Museo Jardín Botánico Prof. Atilio Lombardo – pág. Web.

Fernán Silva Valdés – Libro “Leyendas, tradiciones y costumbres uruguayas”.1936.

Ecoportal.net

Agradezco la colaboración de Omar Porta y Mireya Bracco, en información sobre los Timbós de “Plaza de los Escolares”

También agradezco a Irina Ràfols, uruguaya que vive en Paraguay, por su asesoramiento en la lengua guaraní.

 IMÀGENES – Fotografías de Arinda González Bo.

Una de Internet.

Y las fotografías de los niños pertenecen al Blog de Jenny Bosch – Maestra floridense. 

ARTÌCULO publicado en la Revista CENTRO, Nº136, enero 2021.

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