26/12/19

AQUELLAS TEMPORADAS DE LOS AÑOS PRIMEROS

Aquellas temporadas de los años primeros 
 Crònicas de Atlàntida
En vísperas de comenzar el verano, nuestros Balnearios se preparan para recibir muchos visitantes, uruguayos y extranjeros, como sucede en esta época desde hace más de cien años.
Cuando aparecen las temperaturas cálidas y el agua del Río de la Plata empieza a entibiarse apenas, ya se pueden ver los primeros bañistas; y aquellas personas que tienen algún tiempo libre se acercan a la playa para gozar del aire marino, del sol y de los atardeceres mágicos de la costa canaria.
Desde comienzos del mes de diciembre la actividad comercial y de servicios se va incrementando, hasta que pasadas las fiestas de Navidad y fin de año el verano se instala definitivamente y los Balnearios  en general –y Atlántida en particular- se encuentran con una población extra que no tienen en el resto del año.
A este hecho llamamos “la temporada”; período que se extiende aproximadamente hasta que comienzan las clases escolares y liceales. Para nosotros la temporada es por estas fechas; en otros puntos del país sucede que es en otro momento del año, como en el litoral termal, o en las serranías del este.
Claro está que, mientras para mucha gente significa descanso y placer, para muchos más representa trabajo, esfuerzo, y la posibilidad –si todo va bien- de reunir algún dinero extra para pasar el resto del año sin sobresaltos económicos.
Por supuesto que han existido, a lo largo del tiempo, temporadas muy malas, buenas, muy buenas y extraordinarias. El éxito, o fracaso, de las mismas depende de muchos factores, tales como: la situación económica de los países vecinos, la de nuestro país, las relaciones políticas de los gobiernos, las epidemias, y muchos otros que sería largo enumerar.

    Nunca una temporada es igual a otra y cada una tiene sus aspectos positivos y negativos.Siempre será “según el color del cristal con que se mira”. Pero hay algo que es innegable, la naturaleza nos ha dotado de bellezas que son una atracción principal para el turismo.

 LOS PRIMEROS VERANEANTES
 Desde que allá por 1880 en adelante los habitantes de Pando y alrededores conocieron estas costas, se desplazaban familias enteras, en carretas tiradas por bueyes, a pasar los tres meses del verano en campamentos. Esos primeros visitantes supieron valorar los encantos naturales del lugar y aprovecharlos para su solaz.
Cuando en el año 1884 se aprobó la “Ley de Trazado General de Ferrocarriles”, que creaba seis líneas, una de ellas fue la del Ferrocarril Uruguayo del Este (Uruguay Great Eastern Railway). Diez años tardó en hacerse realidad este recorrido del tren hacia el este del país, era la línea que pasaba por la Estación Las Toscas (hoy Estación Atlántida).
A partir de ello, el conocimiento de estas tierras “sin ningún provecho” (pero que tenían dueños, por supuesto) se haría más asequible. Y ya comenzado el siglo XX algunas familias muy acaudaladas de Montevideo, entre las que se encontraba la del Ing. Juan Pedro Fabini, comenzaron a venir en ferrocarril hasta la Estación Las Toscas, y desde allí trasladarse a la costa para disfrutar también de sus campamentos de baños, tal como lo hacían desde mucho tiempo antes las familias pandenses.

EL CAMINO DE LA PLAYA
 Tenemos que recordar que hasta el año 1955 la Ruta Interbalnearia no existía, o sea que para venir desde Montevideo en automóvil había que salir por el “Camino a Maldonado” (Ruta 8) y después de muchos quilómetros, llegando a la Ruta 11, enfilar hacia la costa.
Eso sí, la Ruta 11 era apenas el “Camino de la playa”, por el cual venían en carretas las familias de Pando, de Solís Chico, de Piedra del Toro, la Tahonita y La Chinchilla.
Por ese “Camino de la Playa” llegaron también los pioneros forestadores  de toda la zona de la costa (1908). Los que compraron tierras infértiles, las llenaron de árboles, y después empezaron a lotear y vender terrenos para las primeras construcciones de veraneo sobre las barrancas.
Por esa misma Ruta 11, que de algún modo trajo el progreso para estas tierras, también venían desde la Estación de Ferrocarril (cuando la hubo) los visitantes que luego eran trasladados al Balneario en distintos medios de transporte.
Ese camino, en su último tramo -ya pasada la famosa Portera Negra- entraba hacia el mar y discurría por un sendero que podríamos decir que sigue el trazado de la actual calle “Arbol de Judea”, y termina en una gran hilera de eucaliptus con troncos muy grandes, (lo que revela su edad), el último de los cuales está sobre la arena, muy cerca del agua.
Este era, a grandes rasgos, el recorrido de la “Bajada Vieja”.
Había una razón geográfica para avanzar por la playa y era que la costa de la Ensenada de Santa Rosa tenía en casi toda su extensión unas barrancas muy altas y éstas -a su vez- estaban cortadas por profundos socavones formados por la erosión; por ellos escurrían las aguas superficiales hacia el Río de la Plata.
 Se pueden apreciar todavía los lugares donde estaban algunas de estas depresiones del terreno, 
que atajaban el paso a los visitantes que quisieran avanzar por arriba de las barrancas.
UN RELATO TESTIMONIAL
En una entrevista de Rosario Infantozzi a Juan Enrique Fabini, testigo presencial de los hechos, aparece lo siguiente:  <<…Aunque no lo parezca, yo fui alguna vez un chiquilín de cinco años, el penúltimo de una familia de cinco hermanos. En aquella época mi padre, un gran industrial, (está hablando del Ing. Juan Pedro Fabini), descubrió para nosotros un lugar que era único en el mundo. Una enorme ensenada de aguas calmas rodeada por una ancha faja de arenas doradas encerradas entre la espuma blanquísima de las rompientes y una colosal barrera de barrancas...>>.
<< Cuando llegué allí por primera vez a acampar con mi familia no había nada más que eso: arena y agua y algunos ranchos de pescadores.
Para llegar al lugar donde solíamos acampar veníamos de Montevideo en tren y desde la estación hasta la costa, nos trepábamos a un break y atravesábamos palmo a palmo el campo arenoso plantado de árboles nuevos (por este dato se deduce que el relato se sitúa después del año 1908), seguidos por el carro tirado por bueyes que llevaba nuestras carpas y todos los demás cachivaches necesarios para acampar por unos días. Cuando llovía la travesía era bastante penosa porque se formaba mucho barro y las ruedas se enterraban en él. ¡Hasta volcamos una vez!..>>.


<< Cuando nos íbamos acercando a la costa, el terreno se transformaba y empezaban los médanos de arena. Entrabamos a esa zona por la carretera vieja y, cuando llegábamos a una cañada que no nos daba paso, bajábamos a la playa por la bajada de Atlántida Serena (Bajada Vieja). Más adelante se construyó un puentecito sobre esa famosa cañada y se podía llegar por arriba hasta que otro barranco indómito nos cerraba el paso.

Era un profundo tajo de barro rojo que nosotros llamábamos “la barranca de los indios” porque, a poco que escarbáramos, descubríamos restos de un primitivo asentamiento indígena a muy poca profundidad. Si vieras las puntas de flecha todavía afiladas que encontrábamos! También algo que podrían haber sido boleadoras porque eran unas piedras redondas con una canaleta alrededor, como para pasar una cuerda o un tiento. No teníamos ninguna duda que en ese lugar nos habían precedido los charrúas…>>. (Infantozzi, pág. 50 - 51).  

 
Si la entrada al naciente Balneario dejó de ser por la arena fue porque hubo una intervención humana en el camino que llevaba hacia el “centro”, donde ya se estaban edificando muchas casas de veraneo.
Eso fue en el momento en que a la calle de entrada, -la continuación de la Ruta 11- se le construyó un puentecito, de madera, para vadear la cañada de la que hablaba Fabini.
Fue así que los vehículos dejaron de transitar por la arena y comenzaron a entrar a “la playa de los doctores” por la Calle 11.
Luego el puente de madera fue sustituido por una calzada de hormigón.
 
LOS PRIMEROS PROPIETARIOS DE SOLARES
En un aviso donde figuran lotes de terreno a rematarse el 4 de marzo de 1914 en Atlántida, se señalaba la existencia ya de 16 chalés edificados.
Hasta ese momento había 90 propietarios de solares en Atlántida. La lista completa fue publicada en el diario "La Razón". Dado que la nómina es muy extensa, menciono sólo algunos nombres muy reconocibles: Manuel Quintela, Carlos Vaz Ferreira, Feliciano Viera, Alfredo Navarro, Domingo Arena, Alejandro Nogueira, Carlos Von Metzen, Guillermo Von Bulow, Juan Marañón. Srta. Tulia Victorica. Sra. María Castro de Visca. Sr. Werner Quincke, Ing. Juan Monteverde, Sres. Antonio y Vicente Curci, Sr. Eugenio Barth. Dres. Ricardo Abreu, José M. Delgado, Asdrúbal E. Delgado, Atilio Chiazzaro, Gabriel Retamoso, Mario Simeto y Prudencio Sosa. Ingeniero Jorge Prius,
  Sra. Paula B. De Casaretto, José Percovich, Atilio Narancio, Gabriel Percovich, Juan Capurro.  Dres. Lorenzo Bélinzon, Atilio Narancio y Juan J. Cóppola. Ing. Luis P. Ponce. Ing. Juan P. Fabini,  Godschaux Wormi, Dres. Juan Carlos Dighiero, Francisco Ghigliani, Carlos María Percovich,   Francisco Accinelli, José P. Urioste. Sres. Santiago Fabini, Enrique Fabini, Bernardino E. Orique, Juan F. Barnech, Domingo Falcón. Coronel Julio C. Martínez, Sres. Antonio L. Pratto, Pedro Corti, Marcelino Afonzo, Antonio J. Giúdice, Augusto Nery, Ángel Bélinzon, Antonio Casaretto, Angel Pérez y Alvarez… (son noventa nombres en total).
LOS  AÑOS  DORADOS
Tal vez la mejor época de Atlántida como Balneario fue de la década del 20 en adelante hasta 1950 aproximadamente. Lo que predominaba entre las calles que se iban abriendo poco a poco era el monte, monte espeso de pinos y eucaliptos. Muy poca gente vivía aquí todo el año. El auge de actividad se daba en los tres meses del verano. Era fundamentalmente un turismo de hoteles.
Los  primeros hoteles, como el Atlántida Hotel, de “los doctores” (1913); el Mercedes Hotel, de la Calle 11 (1923); el Hotel Rex, en la playa Brava (1935); el Planeta Hotel (1937), con su anexo, el Golf Palace (1941), recibían un turismo de alto poder adquisitivo.
No había comenzado aún la costumbre de alquilar casas para vacacionar, y los apartamentos de alquiler no existían todavía.
Los turistas convivían con un entorno completamente natural y hasta salvaje, se podría decir.  Al comienzo había muy pocas viviendas particulares. Las más señoriales estaban sobre la rambla de la playa Mansa; otras diseminadas en las primeras manzanas diagramadas desde el año 1911 en adelante.
Todo era monte alrededor, o arenal blanco en los lugares donde no había árboles.
Ir de paseo desde “el centro” a la Piedra Lisa, era toda una aventura que podía llevar un día entero. En el trayecto había arenales, médanos, montecitos, anchos zanjones.
LA CALLE 11

 Al comienzo había muy pocas calles abiertas. Y la Calle 11 era –sin duda- la más transitada por ser la continuación de la Ruta 11.
Pues bien, la Calle 11 (que actualmente lleva el nombre de “Dr. Alfredo Crisci”), primero fue de arena y pinocha apisonada y después de tosca, era como la arteria central por donde fluía la vida del naciente Balneario.
Al llegar a la esquina con la Calle 22 estaba el Mercedes Hotel (todavía quedan restos del edificio original), fundado por Gabriel Liberatti en el año 1923.
Cuentan los testigos memoriosos que entre los pasantes del Mercedes se veían muchos “ingleses de verdad” sentados en el frente del hotel con sus trajes de golfistas (la cancha de golf era una de las atracciones principales del Balneario por aquel entonces).

Se ha llegado a decir que “Atlántida parecía una sucursal del Imperio Británico”. Seguramente es una exageración, pero en todo caso sirve para aquilatar el nivel de visitantes que tenía esta zona, no solamente ingleses, sino también alemanes, franceses, austríacos, rusos, etc. Aclaremos que estos no eran turistas que venían de Europa a veranear aquí, sino que eran personas que en ese entonces dirigían en Uruguay algunas empresas extranjeras que tenían enormes inversiones en el país, entre las que se puede mencionar: el Ferrocarril, Bancos, Agua corriente, Gas, Teléfonos, Frigoríficos, Textiles, Minería, etc.

Hemos de recordar, sin embargo, que la enorme mayoría de los turistas extranjeros en Atlántida siempre fueron los argentinos
Un apunte sobre el Mercedes: Dicen que por la vereda del “Mercedes” no se podía pasar fácilmente, porque el hotel la había “privatizado” en su beneficio para que los pasajeros que se sentaban allí no fuesen molestados. 
Se puede apreciar aún hoy (aunque el edificio esté muy cambiado) que la vereda de la esquina de la Calle 22 y 11, es inusualmente ancha, comparada con el resto de los retiros del Balneario. Este hotel tenía enfrente, del otro lado de la calle, una placita con juegos para niños y una fuente.
El dueño de “El Látigo”, primer ómnibus de pasajeros que hizo la línea Atlántida–Montevideo, yendo por Pando, era el Sr. Guillén, que vivía en una casa que estaba junto a la placita de juegos, por la actual Calle 22.
También sobre la Calle 11, en la esquina con la Avenida Circunvalación, estaba el Hotelito Extremadura, una especie de pensión que también era provisión y servía comidas,
Más adelante el Almacén de Manducho (López), que vendía absolutamente de todo, tipo pulpería de campaña, ubicado donde ahora está La Petrolera.
Y más adelante, sobre la misma Calle 11, había una construcción que en sus comienzos fue el garaje donde se guardaban los autos del Atlántida Hotel, pero también era taller mecánico y hasta llegó a tener surtidores de combustible, lo llamaban el Taller de Lanza, (Sebastián Lanza era el propietario), y se encontraba en la exacta ubicación donde hoy día está “La Fontaine”.
En la cuadra siguiente estaba el Almacén y Recreo de Sánchez que repartía a domicilio y vendía muchos productos importados; este negocio tenía por delante un gran monte de pinos, es el lugar donde hoy están el Edificio Portofino y la Plaza Artigas.
Demás está decir que había más emprendimientos en distintos lugares del naciente Balneario, he nombrado solo algunos que eran referentes y que hicieron punta para el crecimiento de una actividad comercial -y social- que llegó a ser muy importante.



 LA ESTACIÓN ATLÁNTIDA

 En pocos meses, como de la nada, en el Balneario surgían construcciones, de todos los tamaños. Conviene recordar que prácticamente toda la fuerza de trabajo para la construcción y para los servicios vivía en la Estación Atlántida, cuya población se componía de personas provenientes de la campaña cercana que procuraban acercarse a las fuentes de trabajo. El llamado “pueblito de la Estación” llegó a ser muy próspero y tuvo siempre más habitantes permanentes que la costa. Era muy común ver los grupos de gente en bicicleta yendo y viniendo a trabajar, en las obras, en los hoteles, en la playa y en los comercios.
 De allí venían también los proveedores de los alimentos 

frescos que la población del Balneario necesitaba: carne, 

pan, leche, frutas y verduras, huevos, pollos, quesos, etc.






CONCLUSIÓN
 Estimados lectores, he pretendido realizar apenas un bosquejo –con trazos muy gruesos- de lo que eran las temporadas de los años primeros. Esta crónica no agota el tema en absoluto, sólo aspira a rescatar algunos aspectos de esa época, tal vez menos conocida para las nuevas generaciones, pero importante para llegar a lo que es hoy, Atlántida, un Balneario que supo ser de los más importantes del país. Hoy tal vez ya no lo sea, pero las posibles causas de ello, podrá ser motivo de otras crónicas.
                                                      
 Wilson Mesa, diciembre 2019



Fuentes: Juan Manuel Gutiérrez: libro “Atlántida, un sueño que surgió desde las olas”. / Rosario Infantozzi: libro “Cuentos de viento y de mar: Historias de Atlántida”. / Federico Bonsignore: libro “Atlántida, historia, imágenes y personalidades, a cien años de su creación”.

Imágenes: Fotografías publicadas en el libro de Arinda González Bo, “Atlántida Centenaria: Guía T.urística, Histórica y Cultural”. Y en el libro “Atlántida, una historia de cien años en cien fotos”. de Darío Porta y Mireya Bracco
***  

Artìculo publicado en la Revista "CENTRO". Nª123, diciembre 2019.

1 comentario:

Eliana Casaretto dijo...

Genial relato

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