LA PRIMA INÉS
La prima era fresca y olorosa, tenía los senos chiquitos pero lindos me acuerdo; aunque ése ya es otro asunto, te digo antes que la Inés era hija del tío Benito y de la tía Maruja; el tío tenía en los dientes una pasta amarilla que se le había acumulado y endurecido tras mucho tiempo de no lavárselos, si uno llegaba a mirarle aquella dentadura no podía hablarle, ni comer podía; en mi caso el asco era tan fuerte que hasta llegaba a hacer arcadas, a veces de pensarlo nomás ya estaba mi estómago dando saltos como loco, ¿viste?
No sé por qué mis recuerdos de esa época se asocian con las comidas, tal vez porque era cuando nos reuníamos o porque el tío Benito estaba presente; tío no era, le decía por costumbre nomás; tampoco la tía era tía de verdad, apenas prima de mi vieja; el mayor placer de Benito, ahora lo sospecho, era dejar escapar eructos en la mesa, profundos y ruidosos; y después mirarnos a todos con su cara de zafio; la Inés -que ya tenía sus berretines de niña bien -zampaba la cara en los fideos sin asomarse por un buen rato; yo, como buen gurí "manosanta" que era, soñaba con ella, ¿sabés?; ella soñaba con otros, mayores que yo, por supuesto; eso me daba mucha bronca, porque yo para la edad era bastante grandecito, “tenés un fisiquito aceptable”, me decía a mí mismo, mirándome al espejo, “¿qué más quiere?”; figuráte, ya la prima tenía diecisiete y yo apenas catorce, distancia que me dejaba siempre en babia, ¿viste?
Me acuerdo que cuando la Inés se bañaba me las arreglaba para andar por allí en el momento de la salida, olfateando el aire a su alrededor; mirá, es lo más claro que tengo de ella, esa frescura y ese olor de flores sobre la piel; yo creo que a ella la ponía de mal humor el verme siempre rondándola con ojos hambrientos.
—¡Ya andás! —me decía.
—Mirá que te doy un beso —contestaba yo, como amenazándola, ¿sabés?
—¡Qué vas a dar vos. Miráte un poco la facha, nene!.
Con estas sesiones quedaba muerto, imagináte, terminé por esquivarla para proteger mi orgullito, eso sí, me recuperaba por la noche, cuando ya a solas en el cuarto, mi mente afiebrada la traía con el olor de flores que te contaba, y me la depositaba en la cama.
Pero, vete aquí, que el tío Benito no había desaparecido de la escena y fue él quien me proporcionó una vengancita con la Inés, mísera venganza, como vas a ver........Resulta que la prima tenía un noviecito con plata, los tíos chochos, por supuesto, se desvivían para que la hija estuviese presentable, y la verdad, la verdad que la nena era lo que se dice un camión, con acoplado y todo, pibe; estaba a punto de caramelo para cualquier paladar, aunque fuera de sangre azul.
Un día la familia invitó al candidatejo para un almuerzo dominguero, la tía realizó un concienzudo trabajo en la cocina; la Inés intentó hacer un postre que se carbonizó en el horno y lo tuvo que tirar; por mi parte también realicé un “concienzudo trabajito”, que te va a sorprender, eso te lo garanto.
Cuando llegó el momento de sentarnos a la mesa yo estaba más nervioso que gurí con lumbricoides; la prima igual. Demás está decirte que el noviecito aquel se me atragantaba aquí, pero bien aquí, ¿viste?; el tío Benito –cuyo aspecto habían conseguido adecentar un poco- hablaba con él de su cosecha de vino, ya lo había llevado antes a ver las parras del fondo; la Inés trataba de rescatarlo al pretendiente de la masa que le estaba aplicando el tío y la tía Maruja lanzaba exclamaciones tales como: —Viejo, no canses a Sebastián, por favor.
Porque se llamaba Sebastián, claro; cuando ya en la mesa la conversación se generalizó, la prima pudo serenarse algo, pero le duró poco, porque en cuanto el tío Benito trató de festejar un comentario del invitado se le escapó un tremendo, pero tremendo, eructo; el muy ordinario se tapó la boca con la mano, ¡pero qué!, cuando la sacó mostraba en todo su esplendor la dentadura de que te hablé; todas las miradas estaban fijas en él; él sonreía muy inocentón, como si hubiera hecho la gracia del año, ¿sabés?
Y fue entonces cuando, como fulminado por los ojos de la Inés, el Benito se desplomó con gran estrépito de maderas quebradas....; en realidad yo no había previsto que la silla destinada al festejante pudiera quedar bajo la humanidad del tío ¿viste?
Pero lo peor del momento fue cuando la prima puso su infaltable toque femenino exclamando entre dientes, sin poderse contener:
—¡Pucha, viejo nabo!
*** Wilson Mesa
Registrado en AGADU (Asociación General de Autores del Uruguay)
Ilustración _ "Retrato de jovencita" de Miguel Ángel M. Díaz (carboncillo).
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