14/4/21

RUDY WOHLMUTH – EL PINTOR DE LA MEMORIA

 RUDY WOHLMUTH – EL PINTOR DE LA MEMORIA

Crónicas de Atlántida - por Wilson Mesa

 Hubo en una época de este balneario, un hombre que era pintor, músico, ceramista y “vagamundo”. Sí, porque eso era. Un andariego del mundo que vino a recalar en Atlántida al final de la década del 30.

Su nombre era Rudolph Wohlmuth, aunque fue siempre conocido y nombrado como RUDY.

He tratado de reconstruir su historia de vida a través de relatos de personas de aquí, que lo trataron y supieron de sus andanzas en estas comarcas costeras.

 ¿DE DÒNDE VENÌA EL PINTOR DE LA MEMORIA?

Según cuenta el señor Ítalo José Sirotich, -quien lo conoció y trató personalmente-, Rudy había nacido en Hungría, en los albores del siglo XX, junto a nueve hermanos más, de los cuales él era el menor.

Su familia era de buena posición económica. Allá donde vivían su padre tenía algo así como una destilería de alcohol y bodega de vinos y licores.

<<Rudy contaba todo eso y decía que el padre lo hacía trabajar junto a los empleados para que se formara y aprendiera -aunque estudiara otra cosa- porque tenía que saber de todo. Estudió bellas artes en la Escuela de Arte de Viena>>.

Más adelante, Rudy Wohlmuth entró a formar parte de una orquesta húngara de música típica europea. Tocaba el címbalo y el violín. También dominaba la guitarra y el piano. Tal vez huyendo de los efectos de la primera guerra mundial, él con un grupo de músicos jóvenes se vinieron a América y viajaron por Perú y Bolivia hasta pasar a Argentina y recalar en Buenos Aires.

Sigue contando Sirotich: <<Vivía en un apartamento en Buenos Aires, en esos lugares que andaba con la orquesta tenía dos instrumentos, uno quedó en el apartamento junto con otras cosas cuando vino a Uruguay. Fue Michelizzi quien lo trajo al balneario ..(yo me perdía muchas cosas porque a mi edad no lo entendía mucho por el acento.)>>.

<<Rudy me contaba que viajó en el vapor de la carrera y cuando entraron a Atlántida lo hicieron por la ruta 11. Decía que le gustó la geografía que vio, con los cerros de Maldonado a la izquierda teñidos de azul y la carretera con los repechos y pendientes. Vino para actuar él, y un grupo de músicos, en el hotel “Planeta”, ahí contaba de los festejos que Marcela organizaba en los cuales la música en vivo la aportaban ellos>>. (Ítalo José Sirotich).

 ¿HÙNGARO  O  AUSTRÌACO?

 Permanentemente surge la duda acerca de la nacionalidad de Rudy Wohlmuth. Si era húngaro, como afirma Ìtalo Sirotich, o era austríaco, como dice Gutièrrez Laplace en su libro. A esta altura hay que aclarar que, en realidad, no tiene sentido plantearse tal antinomia. ¿Por què? Pues porque en el momento en que nació nuestro personaje, comienzos del siglo XX, Austria y Hungría eran un solo Estado. Y constituían el Imperio Austro-Húngaro, cuya capital era Viena y su idioma oficial era el alemán, pero también se hablaba húngaro. Había dos parlamentos, uno ubicado en Viena y otro en Budapest.

En 1914, en vísperas de la Primera Guerra Mundial que lo llevaría a su disolución, el Imperio era considerado una de las grandes potencias europeas y mundiales, destacando especialmente por su prestigio cultural, artístico e intelectual.

Tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, en 1919, Austria y Hungría fueron separadas, dando origen a los estados de Austria alemana y el Reino de Hungría.

LA COFRADÌA DE LOS EUROPEOS

Al investigar sobre la vida de Rudy en Atlántida surge claramente su amistad con varios habitantes de origen europeo. En primer lugar, hay que mencionar a Bruno -un marinero del Graf Spee- que fue desembarcado en Montevideo antes de que el capitán hundiera el barco en el Río de la Plata, en una historia que casi todos conocen. Bruno había sido artillero del Graf Spee y caminaba muy encorvado por heridas de granada que había recibido.

También se menciona como integrantes de esa cofradía de europeos a Juan Lebediev, de nacionalidad rusa. Y a Pasamanni, italiano de origen.

A ellos les gustaba escuchar música, tocar algunos instrumentos. Y mojar en alcohol los recuerdos de sus respectivas patrias. Al parecer fue “La Petrolera” la que los reunió. Pero también lo hacían en las casas de Rudy, o de Bruno (de quien no pude averiguar el apellido).

Estos últimos (Rudy y Bruno) terminaron sus días viviendo en dos casas “gemelas” que hicieron construir, (o compraron hechas), ubicadas actualmente al borde de la Ruta Interbalnearia, del lado norte, justo frente al Liceo Nº 1. Allí hay todavía un viejo roble a la sombra del cual solía sentarse Rudy. (Siempre según Sirotich, la casa de Rudy era la de la derecha, la del roble justamente. Ver fotografía).


Dice Juan Manuel Gutièrrez Laplace, en su primer libro: <<...Rudy, Willy y Juan eran tres europeos arrancados de sus tierras quién sabe por qué razones. Llegaron a Atlántida y aquí se rodearon de amigos criollos. Pero a medida que pasaron los años añoraban cada vez con más intensidad a su terruño. El primero, a las montañas nevadas y a los bosques de abetos austríacos; a la verde llanura húngara inundada de aires gitanos, el segundo; y el tercero a los interminables bosques de abedules y a las praderas rusas. Se reunían en la casa de Juan para oír la música de sus pueblos a través de un monumental aparato de radio de su propia fabricación. Entretanto, bebían grappa y cerveza –extraña mezcla- o ejecutaban sus propias interpretaciones en violín y címbalo.

Rudy era ceramista, pintor y pianista. Willy era diestro electrotécnico y violinista. Los dos habían sido destacados maestros de las orquestas más importantes de Europa y Buenos Aires.

Juan Lebediev era simplemente plomero, pero su espíritu sensible era capaz de aglutinar a todo el grupo”.     (Gutiérrez Laplace, pág. 166).

 

 

 LAS PINTURAS DE RUDY WOHLMUTH

 A medida que uno se adentra “en el mundo Rudy” se encuentra con infinidad de hogares y lugares en los cuales este pintor plasmó sus creaciones, algunas de ellas perduraron y otras desaparecieron ante “la piqueta fatal del progreso”. Tenemos por ejemplo que había pintado las paredes de lo que fue el barco que estaba debajo de “El Águila” (parte que se derrumbó en 1982), con motivos de animales marinos y plantas acuáticas.

También nos han dicho que en el “Planeta Hotel” había un comedor para los niños y allí Rudy había pintado algunos personajes de Walt Disney, a pedido de Marcela Benincampi.

Varios lugareños afirman haber visto pinturas de Rudy en el hotel “Argentina”; en el restaurante “Don Pedro”; en una pared de la “Conaprole” de Olarán; en el Club Deportivo Atlántida y en el restaurante húngaro que había en Las Toscas.

Cuenta Ítalo Sirotich, que en el restaurante llamado “Tucu-Tucu” (actual esquina de las maquinitas, frente al Casino), Rudy estaba pintando un mural y como le faltaron colores, se las arregló con un colorante alimenticio que le dio el cocinero. Esa impronta tenía.

Pero además “desparramó” sus cuadros por muchos hogares de Atlántida; dichas obras todavía están colgadas en lugares de honor y alguna de ellas aparece en fotografías que me han hecho llegar y que agradezco profundamente.

Otra actividad que desarrolló Rudy fue la de ceramista. Tenía un horno de pan en el fondo de su casa en el cual “cocinaba” las cerámicas que modelaba con arcilla, material que iba a buscar a las barrancas de Villa Argentina y al arroyo Solís Chico.



 

RECUERDOS

Para redondear sus ingresos, en ocasiones daba clases de pintura en su casa. Al respecto cuenta Danilo Rodríguez Peluffo: <<… Lo conocí de verlo pasar por mi casa y estuve aprendiendo a pintar con él. Mi padre me llevó y creo que me convenció para hacerlo. Recuerdo que la botella de modelo me quedaba torcida, Rudy borraba y en segundos aparecía impecable. Mi padre y él me hicieron una paleta de pintor e incluso una caja de madera para las pinturas; las clases las daba frente a la ruta, del lado norte frente al liceo en una casa gemela… Recuerdo su instrumento al costado de la puerta de entrada, con muchas cuerdas, que el usaba para tocar y afinar otros instrumentos. El living de su casa estaba lleno de pinturas y caballetes. Solo sé que nunca quiso hacer pinturas con símbolos nazis. Era un hombre de amable sonrisa y gran paciencia… >>. (Danilo Rodríguez Peluffo).

Y MÀS RECUERDOS

<<Recuerdo cosas que me emocionan… Rudy tenía una gallina que se llamaba “Cocona” y ponía sus huevos en una pequeña biblioteca que él tenía… Cuando los domingos íbamos al cine de Casaretto, él iba desde su casa con su bicicleta, pero caminando, la usaba solo como punto de apoyo… Cuando hablaba con sus amigos yo viajaba por sus mentes, y disfrutaba solo con verlos y escucharlos, aunque no entendiera mucho. Era un hombre culto y sabía de todo… Rudy murió en el año 1978, en el hospital Saint Bois de Villa de Colon. Él decía que de joven fumaba mucho y muchas fiestas nocturnas, eso le trajo una severa enfermedad pulmonar…Yo iba a visitarlo al hospital y le llevaba ciruelas en pasas que le gustaban… Rudy tocaba el cimbalon (como él le decía), y ese instrumento suyo fue el primero que sonó en Uruguay, en la radio cx 30…. Rudy murió solo, porque no quería que lo fueran a visitar….Es un hijo más de Atlántida>>. (Ítalo José Sirotich).

 

CONCLUSIÒN

Rudolph Wohlmuth fue realmente “el pintor de la memoria”. Por algo ha quedado su figura presente en el imaginario colectivo, a través de sus obras matizadas en grises, que muestran una técnica aprendida de pintores europeos clásicos. No era un aficionado que a falta de algo para hacer se puso a pintar. Era un verdadero artista plástico. Un mùsico. Un intelectual. Y en definitiva fue alguien que, a pesar de extrañar mucho a su tierra, supo pintar a Atlántida como nadie más lo hizo.

Wilson Mesa – marzo 2021

 FUENTES -

- Datos muy relevantes de Ítalo José Sirotich, mandados por mails desde España.

- Datos de Danilo Rodríguez Peluffo, que mucho agradezco también.

- Información de Elsa Isolini y Alfredo Gutiérrez.

- Libro de Juan Manuel Gutiérrez Laplace, “Atlántida, un sueño que surgió desde las olas”.

IMÀGENES – Fotografías aportadas por Omar Porta, Alicia Pérez Alvariza, Patricia Rodríguez Peluffo, Leonardo Álvarez Crisci, Ítalo Sirotich y Arinda González Bo.

Artìculo publicado en la Revista CENTRO - Nº 139 - Abril 2021

 

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