(portada de SEMANARIO AREQUITA del 7 de enero de 2011)
(Hoja 8 del SEMANARIO, comienzo de la entrevista)
(Hoja 9, última parte de la entrevista)
Transcripción de la entrevista_
Mtro. Wilson Mesa "Las soledades de la campaña profunda son especiales"
Hijo de Paulino Mesa Gómez y de Encarnación Martínez Rado, Wilson Mesa Martínez nació en setiembre de 1948. En 2002 se jubiló de la actividad docente. Radicado en Atlántida, departamento de Canelones, dedica gran parte de su tiempo a escribir.
Se declara como "un autor en busca de editor" y lleva adelante una interesante iniciativa a través de su Blog (*) en el cual, al visitarlo, nos encontramos con datos de relevancia y excelentemente compaginados.
- Comencemos por tu infancia. Por recordar esa tan significativa etapa en la vida de los seres humanos. ¿Dónde transcurrió la misma?
Cuando nací, mis padres tenían un campo chico en el paraje “El Perdido”, a cinco leguas de Minas (unos 25 km). Y allí vivían. Para ir a la ciudad, en ese entonces, el medio de transporte que teníamos era el caballo; o un charré, esto último ya como un gran avance.
El camino para ir allá era muy precario; se iba por detrás del Parque Rodó y se atravesaba un arroyito por el “Paso de Las Piedras”.
También se pasaba frente a la portera de la estancia de Pantaleón Olivera, me acuerdo. Finalmente, después de trepar un cerrito, había que desviarse a la izquierda y empezaba un camino vecinal por el que se transitaba abriendo y cerrando porteras, antes de entrar a la propiedad de mis padres.
Por supuesto que ya había vecinos que tenían algún vehículo a motor, pero eran los más “pudientes” digamos. Estoy hablando de la década del 50 y en la campaña minuana.
Este campo, que al principio era de 250 cuadras, se fue vendiendo en pedazos, hasta que sólo quedó la casa y 50 cuadras.
Era un típico campo de esa zona, sin árboles, muy quebrado, con una cañadita mínima que pasaba como escondiéndose. Campo que servía sólo para la cría de ovejas y -para colmo de males- estaba atravesado, de punta a punta, por el susodicho camino vecinal.
De un lado había campos de Ricetto y del otro de Figueredo y Rodríguez.
¿Cómo definirías esa etapa de tu vida en la campaña?
Era una vida de subsistencia, muy espartana diríamos; se comía carne de oveja, pan casero, leche de vaca, huevos y algunas verduras básicas, plantadas en una chacra de tierra empobrecida.
La casa -que fue de mis abuelos maternos- tenía varios cuerpos separados formando un cuadrilátero. Tres de esos cuerpos (uno de ellos la cocina) eran de piedra, con techo de paja o de chapa. Y otra parte, que hacía de sala y dormitorio, era de ladrillo.
El baño era una especie de letrina detrás, y separada, de la vivienda. Allí sólo se iba por una necesidad muy especial y siempre de día.
Un poco más retirado había un corralito alambrado, con un gran ombú en el medio. Allí era donde se encerraban las ovejas para esquilar, o curar, o carnear.
Por supuesto que no había energía eléctrica en todo el paraje (no sé si ahora la hay); o sea que mis padres vivieron prácticamente más de la mitad de su vida en lugares donde no había luz y por lo tanto tampoco había ningún electrodoméstico, de ésos que parecen imprescindibles en la vida moderna.
El alumbrado era con farol de querosene, o vela, o candil cuando no había más remedio. Y la provisión de agua venía de una cachimba.
El comercio más cercano, para hacer el “surtido”, quedaba a varias leguas; así que había que elegir muy bien lo que se compraba, porque no era cosa de ir muy seguido.
Para hacer más comprensible este relato me gustaría decir que, para mí, Lavalleja en ese entonces, se dividía en dos grandes zonas geográficas: la zona ganadera y la zona chacarera, o agrícola.
Ambas pobladas por gente de naturaleza y costumbres muy distintas. En la zona ganadera, la cría de animales -unas pocas ovejas en nuestro caso- era casi la única actividad económica; el dinero que entraba a la casa era sólo cuando se vendía la lana, o los cueros, una vez por año.
No había una cultura de labrar la tierra; a lo sumo se plantaba, maíz, boniatos, zapallos y paremos de contar. Y en una quinta, muy reducida, cercada, se plantaba cebolla de verdeo, ajos, alguna zanahoria, papas, y nada más.
En cambio, en la zona agrícola, los quinteros plantaban de todo. Y criaban cerdos, gallinas, patos, gansos, y hacían quesos, y tenían muchos frutales y hasta vides en muchos casos.
Por supuesto que esto dependía mucho de dónde provenían los antepasados inmigrantes.
También creo que la zona agrícola se tecnificó mucho antes, con molinos de viento que proporcionaban energía eléctrica, con radios, heladeras y cocinas a querosene, pozos de agua o aljibes, etc.
- ¿En ese escenario tan sacrificado ¿cómo recuerdas a tus padres?
Mis padres eran cuasi analfabetos; nunca fueron a la escuela; sabían leer y escribir lo imprescindible. Pero, eso sí, tuvieron muy claro que si no nos daban una oportunidad de educación, sus hijos (dos varones y una mujer) terminaríamos como peones de alguna estancia cercana.
Mi hermano mayor alcanzó a ir un año a la escuela rural de “El Perdido” que quedaba unas dos leguas hacia el otro lado, iba a caballo, por supuesto.
Cuando la situación económica no dio para más, mis viejos tomaron una decisión que, a la larga, fue muy importante para todos: se vinieron para “el pueblo”, como se dice en campaña.
Yo tenía dos años, o tres, a lo sumo. En verdad no tengo recuerdos de esos primeros años en campaña.
Pero como mi padre siguió yendo al campito unos años más (hasta que tuvo que malvenderlo para pagar una hipoteca), yo lo acompañaba durante las vacaciones. O sea que mis vivencias son más bien de esos años posteriores, de la niñez y adolescencia.
Años en los que, en la ciudad era un “canarito” a medias y en campaña era un “pueblero”, a medias también.
Como que no encajaba del todo en ningún lado. Eso sí, debo decir que las soledades de la campaña profunda, son especiales; difíciles de soportar si no se tiene costumbre de atravesarlas; pero también lo llevan a uno a cavilar -en el más ancho sentido de la palabra-, en intenso contacto con una naturaleza seca, descarnada, en la que el caballo es el principal compañero.
Creo que en esos años comenzó mi amor por la lectura. Leía con pasión, hasta con desesperación, diría. Mis mentoras iniciales en aquel apasionado romance con los libros -que me quedó para toda la vida- fueron dos, primero la Maestra de Sexto Año de la Escuela 11, la “Nena” Peña Astiz y después la Bibliotecaria del Liceo Fabini, la querida Lala Hernández.
- ¿Cómo asimilaste el cambio, de la campaña al Barrio Estación de Minas?
Te cuento que al venirnos para Minas recalamos en el Barrio Estación; dentro del mismo vivimos en cuatro casas diferentes, hasta terminar en las viviendas de INVE, cerca de la Escuela Nº 11, en la que cursé todo el ciclo escolar.
También viviendo allí terminé el Liceo y el Instituto Magisterial. Me recibí de Maestro, en diciembre de 1968.
Uno se siente tentado de nombrar personas que lo marcaron, o que lo ayudaron, o que fueron importantes en su vida, fuera de la familia por supuesto. Pero es imposible recordar a toda esa gente valiosa, porque es mucha y porque, además, se corre el riesgo de cometer olvidos imperdonables. Maestras queridas. Profesores recordables. Compañeros y compañeras. Todos ellos, sin duda, ocupan un lugar grande en mi educación sentimental, sumada a la formación puramente intelectual.
No quiero olvidar mi pasaje por la Escuela Municipal de Arte Dramático de Lavalleja, en la que estuve dos años. La directora era nada menos que Lolita Rubial.
Esta actividad me ayudó a vencer en parte una gran timidez, tal vez muy relacionada con nuestro estatus económico y con el hecho de vivir en el barrio “Estación”, lo que ya era de por sí un factor de condicionamiento social que se sentía muy fuertemente en aquella época.
No sé si esto se mantendrá hoy día; pero la minuana era, por aquellos años, una sociedad bastante clasista y hasta discriminadora si se quiere; y -curiosamente- más por parte del género femenino que del masculino.
La cercanía o lejanía entre las personas la marcaban sobre todo los apellidos tradicionales y el relacionamiento político y económico entre ellos. Creo que esto sucede en todos lados, pero en una ciudad chica es posible que se haga más visible.
- ¿Qué te motivó a seguir la carrera magisterial? ¿Qué influencias participaron en la toma de esa decisión?
La docencia es un capítulo de mi vida que abarca 33 años. Aquí quisiera decir que no creo que la enseñanza sea un apostolado, ni una tremenda vocación que a uno se le despierta de pronto, como un llamado. Eso es una fantasía, por no decir algo más fuerte.
A los veinte años, yo al menos, no sentía ese llamado vocacional. Si tenía la idea de seguir una carrera de tipo intelectual, porque no se me daban los oficios manuales, era muy torpe en eso. Entré a Magisterio porque no había otra cosa en Minas para cursar y no tenía dinero como para intentar irme a estudiar a Montevideo.
Pero no fui un Maestro frustrado, no. Una vez recibido comencé a trabajar y entonces me di cuenta que sí me gustaba lo que hacía y que quería seguir en esa senda.
Tanto la seguí que trabajé diez años como Maestro de aula en Migues, Montes, Barros Blancos y La Floresta; otros diez años como Director en Colonia Nicolich, Salinas, Lagomar y en Barros Blancos otra vez.
Luego diez como Inspector de Zona y finalmente tres como Inspector Departamental, hasta jubilarme en el año 2002. Demás está decir que para acceder a estos cargos mediaron los respectivos concursos y cursos de actualización.
Al mismo tiempo fui varios años profesor de “Ciencias Geográficas” en los Liceos de Migues y Salinas. También fui profesor, de “Expresión por el Lenguaje” e “Historia de la Educación”, en el Instituto de Formación Docente de Pando. Toda mi carrera profesional se desarrolló en el departamento de Canelones y ello me llevó a vivir en lugares cercanos a donde estaban los cargos.
Esto me recuerda el por qué de mi “emigración” de Minas. Para empezar a trabajar como Maestro, en Lavalleja, tenías que elegir una escuela rural lejana; pero bien lejana; de esas de irte el domingo de tarde y volver el viernes, sin saber muy bien cómo ibas a llegar.
No sé realmente cuánto habrá cambiado esta situación, pero en aquel momento era así; porque las maestras de mayor experiencia ocupaban todos los cargos urbanos y los rurales más cercanos también..
En cambio había cargos en escuelas de Canelones, como Migues o Montes, a las cuales llegábamos en tren y podíamos volver en el día. Y así empecé.
No creo haber sido un maestro destacado, ni un profesor inolvidable. Sólo un profesional docente comprometido con su tarea, nada más. Esto del aprender y el enseñar es algo que no se acaba nunca, sólo cuando termina la existencia.
- Y en cuanto a la creación literaria ¿qué puedes decirnos al respecto?
En lo que tiene que ver con la literatura, siempre tuve por el idioma -por las palabras-, una atracción casi inexplicable.
Primero “ejercí” como lector empedernido de cuanto libro caía en mis manos. Y después “perpetré” poemas y cuentos, a escondidas, con mucho secreto, para que nadie se fuera a burlar de mis “producciones”.
Ya desde la escuela mi fuerte eran las letras y nunca las matemáticas. Lo mismo en Secundaria y en Magisterio.
Hoy día, si bien dedico gran parte de mi horario a escribir, no me considero un escritor; apenas un “escribidor”, como diría Vargas Llosa.
En el año 1983, recibí una Mención en un concurso de cuentos organizado por el Club Banco de Seguros, con el cuento “LA ESPERA”, que fue incluido en el libro colectivo “Los Catorce Mejores Cuentos”, editado por Banda Oriental.
En el año 2007 obtuve tercera Mención en el Concurso Internacional de Poesía “María Eugenia Vaz Ferreira”, con el libro “CONTRA-OLVIDO”, (no publicado).
En el año 2008 volví a obtener Mención en el mismo concurso de poesía, esta vez con un libro de Haikus, llamado “CUENTASÍLABAS”.
Me han publicado cuentos y artículos varios en Semanarios de Minas, Atlántida y Salinas. Publico regularmente en “La Gaceta” de Atlántida.
También hay cuentos y poemas de mi autoría en varias páginas web uruguayas.
- Hemos visitado tu Blog en muchas ocasiones y siempre encontramos en él informaciones muy interesantes. Para contarle a nuestros lectores ¿con qué perfil y expectativas encaraste este trabajo?
Es una tarea que me obliga a investigar, a escribir reseñas cortas y a llevarlo con un ritmo de tipo periodístico que, aunque parezca fácil, no lo es tanto.
Pero me divierte mucho y me ayuda a ejercitar las neuronas, lo que considero parte muy importante de una buena calidad de vida.
Escribo todos los días, generalmente por la mañana, tomando mate y escuchando música; corrijo mucho; nunca quedo conforme con lo producido y eso me lleva a una revisión permanente de lo escrito.
Por facilitarme esto último y por muchas otras cosas que permite hacer, considero a la computadora uno de los inventos más útiles que la tecnología nos ha dado.
Demás está decir que aspiro a publicar libros propios de narrativa y de poesía. Y por lo tanto me declaro un autor en busca de editor, lo que casi es lo mismo que decir un escribidor en busca de lectores.
No vivo en Minas, pero me considero un minuano más de los que andan por este mundo, orgullosos de su origen serrano. Me casé con una minuana y tenemos dos hijas, una de las cuales también nació en Minas.
Mtro. Wilson Mesa "Las soledades de la campaña profunda son especiales"
Hijo de Paulino Mesa Gómez y de Encarnación Martínez Rado, Wilson Mesa Martínez nació en setiembre de 1948. En 2002 se jubiló de la actividad docente. Radicado en Atlántida, departamento de Canelones, dedica gran parte de su tiempo a escribir.
Se declara como "un autor en busca de editor" y lleva adelante una interesante iniciativa a través de su Blog (*) en el cual, al visitarlo, nos encontramos con datos de relevancia y excelentemente compaginados.
- Comencemos por tu infancia. Por recordar esa tan significativa etapa en la vida de los seres humanos. ¿Dónde transcurrió la misma?
Cuando nací, mis padres tenían un campo chico en el paraje “El Perdido”, a cinco leguas de Minas (unos 25 km). Y allí vivían. Para ir a la ciudad, en ese entonces, el medio de transporte que teníamos era el caballo; o un charré, esto último ya como un gran avance.
El camino para ir allá era muy precario; se iba por detrás del Parque Rodó y se atravesaba un arroyito por el “Paso de Las Piedras”.
También se pasaba frente a la portera de la estancia de Pantaleón Olivera, me acuerdo. Finalmente, después de trepar un cerrito, había que desviarse a la izquierda y empezaba un camino vecinal por el que se transitaba abriendo y cerrando porteras, antes de entrar a la propiedad de mis padres.
Por supuesto que ya había vecinos que tenían algún vehículo a motor, pero eran los más “pudientes” digamos. Estoy hablando de la década del 50 y en la campaña minuana.
Este campo, que al principio era de 250 cuadras, se fue vendiendo en pedazos, hasta que sólo quedó la casa y 50 cuadras.
Era un típico campo de esa zona, sin árboles, muy quebrado, con una cañadita mínima que pasaba como escondiéndose. Campo que servía sólo para la cría de ovejas y -para colmo de males- estaba atravesado, de punta a punta, por el susodicho camino vecinal.
De un lado había campos de Ricetto y del otro de Figueredo y Rodríguez.
¿Cómo definirías esa etapa de tu vida en la campaña?
Era una vida de subsistencia, muy espartana diríamos; se comía carne de oveja, pan casero, leche de vaca, huevos y algunas verduras básicas, plantadas en una chacra de tierra empobrecida.
La casa -que fue de mis abuelos maternos- tenía varios cuerpos separados formando un cuadrilátero. Tres de esos cuerpos (uno de ellos la cocina) eran de piedra, con techo de paja o de chapa. Y otra parte, que hacía de sala y dormitorio, era de ladrillo.
El baño era una especie de letrina detrás, y separada, de la vivienda. Allí sólo se iba por una necesidad muy especial y siempre de día.
Un poco más retirado había un corralito alambrado, con un gran ombú en el medio. Allí era donde se encerraban las ovejas para esquilar, o curar, o carnear.
Por supuesto que no había energía eléctrica en todo el paraje (no sé si ahora la hay); o sea que mis padres vivieron prácticamente más de la mitad de su vida en lugares donde no había luz y por lo tanto tampoco había ningún electrodoméstico, de ésos que parecen imprescindibles en la vida moderna.
El alumbrado era con farol de querosene, o vela, o candil cuando no había más remedio. Y la provisión de agua venía de una cachimba.
El comercio más cercano, para hacer el “surtido”, quedaba a varias leguas; así que había que elegir muy bien lo que se compraba, porque no era cosa de ir muy seguido.
Para hacer más comprensible este relato me gustaría decir que, para mí, Lavalleja en ese entonces, se dividía en dos grandes zonas geográficas: la zona ganadera y la zona chacarera, o agrícola.
Ambas pobladas por gente de naturaleza y costumbres muy distintas. En la zona ganadera, la cría de animales -unas pocas ovejas en nuestro caso- era casi la única actividad económica; el dinero que entraba a la casa era sólo cuando se vendía la lana, o los cueros, una vez por año.
No había una cultura de labrar la tierra; a lo sumo se plantaba, maíz, boniatos, zapallos y paremos de contar. Y en una quinta, muy reducida, cercada, se plantaba cebolla de verdeo, ajos, alguna zanahoria, papas, y nada más.
En cambio, en la zona agrícola, los quinteros plantaban de todo. Y criaban cerdos, gallinas, patos, gansos, y hacían quesos, y tenían muchos frutales y hasta vides en muchos casos.
Por supuesto que esto dependía mucho de dónde provenían los antepasados inmigrantes.
También creo que la zona agrícola se tecnificó mucho antes, con molinos de viento que proporcionaban energía eléctrica, con radios, heladeras y cocinas a querosene, pozos de agua o aljibes, etc.
- ¿En ese escenario tan sacrificado ¿cómo recuerdas a tus padres?
Mis padres eran cuasi analfabetos; nunca fueron a la escuela; sabían leer y escribir lo imprescindible. Pero, eso sí, tuvieron muy claro que si no nos daban una oportunidad de educación, sus hijos (dos varones y una mujer) terminaríamos como peones de alguna estancia cercana.
Mi hermano mayor alcanzó a ir un año a la escuela rural de “El Perdido” que quedaba unas dos leguas hacia el otro lado, iba a caballo, por supuesto.
Cuando la situación económica no dio para más, mis viejos tomaron una decisión que, a la larga, fue muy importante para todos: se vinieron para “el pueblo”, como se dice en campaña.
Yo tenía dos años, o tres, a lo sumo. En verdad no tengo recuerdos de esos primeros años en campaña.
Pero como mi padre siguió yendo al campito unos años más (hasta que tuvo que malvenderlo para pagar una hipoteca), yo lo acompañaba durante las vacaciones. O sea que mis vivencias son más bien de esos años posteriores, de la niñez y adolescencia.
Años en los que, en la ciudad era un “canarito” a medias y en campaña era un “pueblero”, a medias también.
Como que no encajaba del todo en ningún lado. Eso sí, debo decir que las soledades de la campaña profunda, son especiales; difíciles de soportar si no se tiene costumbre de atravesarlas; pero también lo llevan a uno a cavilar -en el más ancho sentido de la palabra-, en intenso contacto con una naturaleza seca, descarnada, en la que el caballo es el principal compañero.
Creo que en esos años comenzó mi amor por la lectura. Leía con pasión, hasta con desesperación, diría. Mis mentoras iniciales en aquel apasionado romance con los libros -que me quedó para toda la vida- fueron dos, primero la Maestra de Sexto Año de la Escuela 11, la “Nena” Peña Astiz y después la Bibliotecaria del Liceo Fabini, la querida Lala Hernández.
- ¿Cómo asimilaste el cambio, de la campaña al Barrio Estación de Minas?
Te cuento que al venirnos para Minas recalamos en el Barrio Estación; dentro del mismo vivimos en cuatro casas diferentes, hasta terminar en las viviendas de INVE, cerca de la Escuela Nº 11, en la que cursé todo el ciclo escolar.
También viviendo allí terminé el Liceo y el Instituto Magisterial. Me recibí de Maestro, en diciembre de 1968.
Uno se siente tentado de nombrar personas que lo marcaron, o que lo ayudaron, o que fueron importantes en su vida, fuera de la familia por supuesto. Pero es imposible recordar a toda esa gente valiosa, porque es mucha y porque, además, se corre el riesgo de cometer olvidos imperdonables. Maestras queridas. Profesores recordables. Compañeros y compañeras. Todos ellos, sin duda, ocupan un lugar grande en mi educación sentimental, sumada a la formación puramente intelectual.
No quiero olvidar mi pasaje por la Escuela Municipal de Arte Dramático de Lavalleja, en la que estuve dos años. La directora era nada menos que Lolita Rubial.
Esta actividad me ayudó a vencer en parte una gran timidez, tal vez muy relacionada con nuestro estatus económico y con el hecho de vivir en el barrio “Estación”, lo que ya era de por sí un factor de condicionamiento social que se sentía muy fuertemente en aquella época.
No sé si esto se mantendrá hoy día; pero la minuana era, por aquellos años, una sociedad bastante clasista y hasta discriminadora si se quiere; y -curiosamente- más por parte del género femenino que del masculino.
La cercanía o lejanía entre las personas la marcaban sobre todo los apellidos tradicionales y el relacionamiento político y económico entre ellos. Creo que esto sucede en todos lados, pero en una ciudad chica es posible que se haga más visible.
- ¿Qué te motivó a seguir la carrera magisterial? ¿Qué influencias participaron en la toma de esa decisión?
La docencia es un capítulo de mi vida que abarca 33 años. Aquí quisiera decir que no creo que la enseñanza sea un apostolado, ni una tremenda vocación que a uno se le despierta de pronto, como un llamado. Eso es una fantasía, por no decir algo más fuerte.
A los veinte años, yo al menos, no sentía ese llamado vocacional. Si tenía la idea de seguir una carrera de tipo intelectual, porque no se me daban los oficios manuales, era muy torpe en eso. Entré a Magisterio porque no había otra cosa en Minas para cursar y no tenía dinero como para intentar irme a estudiar a Montevideo.
Pero no fui un Maestro frustrado, no. Una vez recibido comencé a trabajar y entonces me di cuenta que sí me gustaba lo que hacía y que quería seguir en esa senda.
Tanto la seguí que trabajé diez años como Maestro de aula en Migues, Montes, Barros Blancos y La Floresta; otros diez años como Director en Colonia Nicolich, Salinas, Lagomar y en Barros Blancos otra vez.
Luego diez como Inspector de Zona y finalmente tres como Inspector Departamental, hasta jubilarme en el año 2002. Demás está decir que para acceder a estos cargos mediaron los respectivos concursos y cursos de actualización.
Al mismo tiempo fui varios años profesor de “Ciencias Geográficas” en los Liceos de Migues y Salinas. También fui profesor, de “Expresión por el Lenguaje” e “Historia de la Educación”, en el Instituto de Formación Docente de Pando. Toda mi carrera profesional se desarrolló en el departamento de Canelones y ello me llevó a vivir en lugares cercanos a donde estaban los cargos.
Esto me recuerda el por qué de mi “emigración” de Minas. Para empezar a trabajar como Maestro, en Lavalleja, tenías que elegir una escuela rural lejana; pero bien lejana; de esas de irte el domingo de tarde y volver el viernes, sin saber muy bien cómo ibas a llegar.
No sé realmente cuánto habrá cambiado esta situación, pero en aquel momento era así; porque las maestras de mayor experiencia ocupaban todos los cargos urbanos y los rurales más cercanos también..
En cambio había cargos en escuelas de Canelones, como Migues o Montes, a las cuales llegábamos en tren y podíamos volver en el día. Y así empecé.
No creo haber sido un maestro destacado, ni un profesor inolvidable. Sólo un profesional docente comprometido con su tarea, nada más. Esto del aprender y el enseñar es algo que no se acaba nunca, sólo cuando termina la existencia.
- Y en cuanto a la creación literaria ¿qué puedes decirnos al respecto?
En lo que tiene que ver con la literatura, siempre tuve por el idioma -por las palabras-, una atracción casi inexplicable.
Primero “ejercí” como lector empedernido de cuanto libro caía en mis manos. Y después “perpetré” poemas y cuentos, a escondidas, con mucho secreto, para que nadie se fuera a burlar de mis “producciones”.
Ya desde la escuela mi fuerte eran las letras y nunca las matemáticas. Lo mismo en Secundaria y en Magisterio.
Hoy día, si bien dedico gran parte de mi horario a escribir, no me considero un escritor; apenas un “escribidor”, como diría Vargas Llosa.
En el año 1983, recibí una Mención en un concurso de cuentos organizado por el Club Banco de Seguros, con el cuento “LA ESPERA”, que fue incluido en el libro colectivo “Los Catorce Mejores Cuentos”, editado por Banda Oriental.
En el año 2007 obtuve tercera Mención en el Concurso Internacional de Poesía “María Eugenia Vaz Ferreira”, con el libro “CONTRA-OLVIDO”, (no publicado).
En el año 2008 volví a obtener Mención en el mismo concurso de poesía, esta vez con un libro de Haikus, llamado “CUENTASÍLABAS”.
Me han publicado cuentos y artículos varios en Semanarios de Minas, Atlántida y Salinas. Publico regularmente en “La Gaceta” de Atlántida.
También hay cuentos y poemas de mi autoría en varias páginas web uruguayas.
- Hemos visitado tu Blog en muchas ocasiones y siempre encontramos en él informaciones muy interesantes. Para contarle a nuestros lectores ¿con qué perfil y expectativas encaraste este trabajo?
Es una tarea que me obliga a investigar, a escribir reseñas cortas y a llevarlo con un ritmo de tipo periodístico que, aunque parezca fácil, no lo es tanto.
Pero me divierte mucho y me ayuda a ejercitar las neuronas, lo que considero parte muy importante de una buena calidad de vida.
Escribo todos los días, generalmente por la mañana, tomando mate y escuchando música; corrijo mucho; nunca quedo conforme con lo producido y eso me lleva a una revisión permanente de lo escrito.
Por facilitarme esto último y por muchas otras cosas que permite hacer, considero a la computadora uno de los inventos más útiles que la tecnología nos ha dado.
Demás está decir que aspiro a publicar libros propios de narrativa y de poesía. Y por lo tanto me declaro un autor en busca de editor, lo que casi es lo mismo que decir un escribidor en busca de lectores.
No vivo en Minas, pero me considero un minuano más de los que andan por este mundo, orgullosos de su origen serrano. Me casé con una minuana y tenemos dos hijas, una de las cuales también nació en Minas.
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