26/7/11

LA "CASA de NERUDA" EN ATLÁNTIDA _ artículo

(Pablo Neruda y Matilde Urrutia)

LA “CASA DE NERUDA” EN ATLÁNTIDA

Allá por el año 2000, en una reunión preparatoria de un evento cultural de la comunidad, escuché un comentario realizado muy al pasar, referido a que la verdadera casa de Atlántida en la que vivió el poeta chileno Pablo Neruda, no era la que se conocía como museo “Paseo de Neruda”, sino que era otra, ubicada también en la rambla, pero un poco más hacia el este.
La persona que brindó este dato fue el Profesor Juan Manuel Gutiérrez, un reconocido historiador local, -fallecido recientemente- que escribió, entre otros, un libro dedicado a la historia del balneario : “Atlántida, un sueño que surgió desde las olas”.

Siendo un admirador de Neruda, como siempre lo he sido, me fui en ese momento a buscar el lugar de acuerdo a los datos que Gutiérrez había dado. La principal referencia era que la casa tenía un cartelito de piedra que decía DATITLA.
La ubiqué. Llegué a ver el cartel, que estaba tirado en el fondo de la casa. Lamento no haberlo fotografiado, porque con el correr del tiempo dicho cartel desapareció. Era una simple piedra laja de color gris, de pequeño tamaño, en la que se había escrito con pintura blanca, en letras de imprenta, aquel nombre tan simbólico.

Aún hoy, si se busca en la web información sobre la estadía del poeta chileno en esta ciudad uno se encuentra con la foto del museo “Paseo de Neruda” y con la afirmación de que Neruda y Matilde vivieron su amor allí.  Y eso no es cierto.

Actualmente el museo ya no existe como tal, si bien el cartel de la entrada se conservó por mucho tiempo. No sabemos qué suerte corrieron los materiales museísticos que allí se exhibían, ni a quién pertenecían.


Pero el motivo central de esta nota es corregir el error de seguir afirmando que la casa es efectivamente ésa, cuando no lo es.
La verdadera vivienda, en la cual cobijaron por un tiempo sus amores secretos Pablo y Matilde, está ubicada en la rambla, casa por medio con el llamado “chalet azul”, o sea la antigua residencia veraniega de Quintela.

La llamada “Casa de Neruda” parece mucho más moderna por el tipo de construcción; de una sola planta y muy sencilla en su exterior. Dicha vivienda era propiedad, allá por los años cincuenta, del Arquitecto Alberto Mántaras, el cual se hizo amigo de Neruda en un viaje por mar desde Europa a Montevideo (año 1952).
Neruda era casado por ese entonces con Delia del Carril, pero venía en el barco con Matilde Urrutia rumbo a Buenos Aires y el uruguayo le ofreció el refugio de Atlántida para cuando ellos quisieran.


Se dice que el deseo de ocultar las circunstancias del romance y su pasión por los bellos nombres llevaron a Neruda a llamar Datitla, -anagrama (sin la ene) de la palabra Atlántida- a la ciudad uruguaya y al chalet que los recibió
en dos oportunidades, enero de 1953 y octubre de 1956.
En la casa de Mántaras, el poeta chileno escribió los conocidos poemas que nombran a Atlántida como Datitla. Y este nombre aparece también en algunas cartas en las que Neruda menciona el lugar. 
"La casa copiosa de la soledad", así describe íntimamente el poeta a su refugio secreto en la costa uruguaya.
Los poemas escritos en Atlántida completaban un herbario -que Matilde iba formando- con plantas, flores y semillas, que ambos recogían en sus paseos por el balneario. 
Estos poemas fueron reunidos en un libro llamado “Oda a las flores de Datitla”, publicado por la Editorial Sintesys, en el año 2002.

Sabemos que la “Casa de Neruda”, como la llamamos los habitantes de Atlántida, ha cambiado de dueño varias veces y seguramente ha sido alquilada por temporada muchas veces, también.

Es posible que quienes han vivido en ella, no supieran que se trata de la misma vivienda en la que estuvo -sólo algunos meses- el autor de libros tales como : “Residencia en la Tierra”; “Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada”; “Odas Elementales”; “Los Versos del Capitán”; “Canto General”; “Confieso Que He Vivido”.
Y que fue Premio Nobel de Literatura en 1971.


**

En los primeros días de junio, del año 2009, pasando como tantas veces frente a la casa de la rambla me encontré con una muy grata sorpresa, porque el jardín de la misma había sido remodelado y sobresalía en él un cartel de madera labrada con la inscripción :

Datitla,
P. Neruda

Así comenzaba a develarse el misterio y corregirse un error histórico.

Actualmente (año 2011) se le han agregado rejas en el frente de la propiedad y han habido modificaciones en el jardín.

Pero lo que es seguro que ya nadie tendrá dificultad para ubicar el lugar. Ya nadie repetirá erróneamente, a sabiendas o no, que la casa donde vivió Neruda es aquella donde estaba el ex-museo. Y todo estará en su lugar. Como siempre debió ser.

………………
“Arenas de Datitla
junto
al abierto estuario

de La Plata, en las primeras

olas del gris Atlántico,

soledades amadas,

no sólo

al penetrante

olor y movimiento

de pinares marinos,
me devolvéis,

no sólo
a la miel del amor y su delicia,
sino a las circunstancias

más puras de la tierra:
a la seca y huraña
Flora del Mar, del Aire,

del Silencio”.

(Fragmento del poema “Oda a Atlántida”, Pablo Neruda, 1953)

Texto _ Wilson Mesa

(postal enviada por Neruda a Alberto Mántaras)
(Neruda y Matilde en "Isla Negra", Chile)

(casa "DATITLA" en junio de 2009)


(casa "DATITLA" en julio de 2011)


("Datitla" en 2011)
Las fotografías de la casa son de Arinda González Bo.
Las fotografías de la pareja Neruda-Urrutia fueron sacadas de Internet.

(Las imágenes se pueden agrandar)

12/7/11

ENTREVISTA en "SEMANARIO AREQUITA" de MINAS _

(portada de SEMANARIO AREQUITA del 7 de enero de 2011)

(Hoja 8 del SEMANARIO, comienzo de la entrevista)

(Hoja 9, última parte de la entrevista)

Transcripción de la entrevista_

Mtro. Wilson Mesa "Las soledades de la campaña profunda son especiales"
Hijo de Paulino Mesa Gómez y de Encarnación Martínez Rado, Wilson Mesa Martínez nació en setiembre de 1948. En 2002 se jubiló de la actividad docente. Radicado en Atlántida, departamento de Canelones, dedica gran parte de su tiempo a escribir.
Se declara como "un autor en busca de editor" y lleva adelante una interesante iniciativa a través de su Blog (*) en el cual, al visitarlo, nos encontramos con datos de relevancia y excelentemente compaginados.


- Comencemos por tu infancia. Por recordar esa tan significativa etapa en la vida de los seres humanos. ¿Dónde transcurrió la misma?


Cuando nací, mis padres tenían un campo chico en el paraje “El Perdido”, a cinco leguas de Minas (unos 25 km). Y allí vivían. Para ir a la ciudad, en ese entonces, el medio de transporte que teníamos era el caballo; o un charré, esto último ya como un gran avance.
El camino para ir allá era muy precario; se iba por detrás del Parque Rodó y se atravesaba un arroyito por el “Paso de Las Piedras”.
También se pasaba frente a la portera de la estancia de Pantaleón Olivera, me acuerdo. Finalmente, después de trepar un cerrito, había que desviarse a la izquierda y empezaba un camino vecinal por el que se transitaba abriendo y cerrando porteras, antes de entrar a la propiedad de mis padres.

Por supuesto que ya había vecinos que tenían algún vehículo a motor, pero eran los más “pudientes” digamos. Estoy hablando de la década del 50 y en la campaña minuana.
Este campo, que al principio era de 250 cuadras, se fue vendiendo en pedazos, hasta que sólo quedó la casa y 50 cuadras.
Era un típico campo de esa zona, sin árboles, muy quebrado, con una cañadita mínima que pasaba como escondiéndose. Campo que servía sólo para la cría de ovejas y -para colmo de males- estaba atravesado, de punta a punta, por el susodicho camino vecinal.
De un lado había campos de Ricetto y del otro de Figueredo y Rodríguez.


¿Cómo definirías esa etapa de tu vida en la campaña?

Era una vida de subsistencia, muy espartana diríamos; se comía carne de oveja, pan casero, leche de vaca, huevos y algunas verduras básicas, plantadas en una chacra de tierra empobrecida.
La casa -que fue de mis abuelos maternos- tenía varios cuerpos separados formando un cuadrilátero. Tres de esos cuerpos (uno de ellos la cocina) eran de piedra, con techo de paja o de chapa. Y otra parte, que hacía de sala y dormitorio, era de ladrillo.
El baño era una especie de letrina detrás, y separada, de la vivienda. Allí sólo se iba por una necesidad muy especial y siempre de día.

Un poco más retirado había un corralito alambrado, con un gran ombú en el medio. Allí era donde se encerraban las ovejas para esquilar, o curar, o carnear.
Por supuesto que no había energía eléctrica en todo el paraje (no sé si ahora la hay); o sea que mis padres vivieron prácticamente más de la mitad de su vida en lugares donde no había luz y por lo tanto tampoco había ningún electrodoméstico, de ésos que parecen imprescindibles en la vida moderna.
El alumbrado era con farol de querosene, o vela, o candil cuando no había más remedio. Y la provisión de agua venía de una cachimba.

El comercio más cercano, para hacer el “surtido”, quedaba a varias leguas; así que había que elegir muy bien lo que se compraba, porque no era cosa de ir muy seguido.

Para hacer más comprensible este relato me gustaría decir que, para mí, Lavalleja en ese entonces, se dividía en dos grandes zonas geográficas: la zona ganadera y la zona chacarera, o agrícola.
Ambas pobladas por gente de naturaleza y costumbres muy distintas. En la zona ganadera, la cría de animales -unas pocas ovejas en nuestro caso- era casi la única actividad económica; el dinero que entraba a la casa era sólo cuando se vendía la lana, o los cueros, una vez por año.
No había una cultura de labrar la tierra; a lo sumo se plantaba, maíz, boniatos, zapallos y paremos de contar. Y en una quinta, muy reducida, cercada, se plantaba cebolla de verdeo, ajos, alguna zanahoria, papas, y nada más.
En cambio, en la zona agrícola, los quinteros plantaban de todo. Y criaban cerdos, gallinas, patos, gansos, y hacían quesos, y tenían muchos frutales y hasta vides en muchos casos.
Por supuesto que esto dependía mucho de dónde provenían los antepasados inmigrantes.

También creo que la zona agrícola se tecnificó mucho antes, con molinos de viento que proporcionaban energía eléctrica, con radios, heladeras y cocinas a querosene, pozos de agua o aljibes, etc.

- ¿En ese escenario tan sacrificado ¿cómo recuerdas a tus padres?

Mis padres eran cuasi analfabetos; nunca fueron a la escuela; sabían leer y escribir lo imprescindible. Pero, eso sí, tuvieron muy claro que si no nos daban una oportunidad de educación, sus hijos (dos varones y una mujer) terminaríamos como peones de alguna estancia cercana.
Mi hermano mayor alcanzó a ir un año a la escuela rural de “El Perdido” que quedaba unas dos leguas hacia el otro lado, iba a caballo, por supuesto.
Cuando la situación económica no dio para más, mis viejos tomaron una decisión que, a la larga, fue muy importante para todos: se vinieron para “el pueblo”, como se dice en campaña.
Yo tenía dos años, o tres, a lo sumo. En verdad no tengo recuerdos de esos primeros años en campaña.
Pero como mi padre siguió yendo al campito unos años más (hasta que tuvo que malvenderlo para pagar una hipoteca), yo lo acompañaba durante las vacaciones. O sea que mis vivencias son más bien de esos años posteriores, de la niñez y adolescencia.
Años en los que, en la ciudad era un “canarito” a medias y en campaña era un “pueblero”, a medias también.

Como que no encajaba del todo en ningún lado. Eso sí, debo decir que las soledades de la campaña profunda, son especiales; difíciles de soportar si no se tiene costumbre de atravesarlas; pero también lo llevan a uno a cavilar -en el más ancho sentido de la palabra-, en intenso contacto con una naturaleza seca, descarnada, en la que el caballo es el principal compañero.
Creo que en esos años comenzó mi amor por la lectura. Leía con pasión, hasta con desesperación, diría. Mis mentoras iniciales en aquel apasionado romance con los libros -que me quedó para toda la vida- fueron dos, primero la Maestra de Sexto Año de la Escuela 11, la “Nena” Peña Astiz y después la Bibliotecaria del Liceo Fabini, la querida Lala Hernández.


- ¿Cómo asimilaste el cambio, de la campaña al Barrio Estación de Minas?
Te cuento que al venirnos para Minas recalamos en el Barrio Estación; dentro del mismo vivimos en cuatro casas diferentes, hasta terminar en las viviendas de INVE, cerca de la Escuela Nº 11, en la que cursé todo el ciclo escolar.
También viviendo allí terminé el Liceo y el Instituto Magisterial. Me recibí de Maestro, en diciembre de 1968.

Uno se siente tentado de nombrar personas que lo marcaron, o que lo ayudaron, o que fueron importantes en su vida, fuera de la familia por supuesto. Pero es imposible recordar a toda esa gente valiosa, porque es mucha y porque, además, se corre el riesgo de cometer olvidos imperdonables. Maestras queridas. Profesores recordables. Compañeros y compañeras. Todos ellos, sin duda, ocupan un lugar grande en mi educación sentimental, sumada a la formación puramente intelectual.
No quiero olvidar mi pasaje por la Escuela Municipal de Arte Dramático de Lavalleja, en la que estuve dos años. La directora era nada menos que Lolita Rubial.
Esta actividad me ayudó a vencer en parte una gran timidez, tal vez muy relacionada con nuestro estatus económico y con el hecho de vivir en el barrio “Estación”, lo que ya era de por sí un factor de condicionamiento social que se sentía muy fuertemente en aquella época.

No sé si esto se mantendrá hoy día; pero la minuana era, por aquellos años, una sociedad bastante clasista y hasta discriminadora si se quiere; y -curiosamente- más por parte del género femenino que del masculino.
La cercanía o lejanía entre las personas la marcaban sobre todo los apellidos tradicionales y el relacionamiento político y económico entre ellos. Creo que esto sucede en todos lados, pero en una ciudad chica es posible que se haga más visible.


- ¿Qué te motivó a seguir la carrera magisterial? ¿Qué influencias participaron en la toma de esa decisión?

La docencia es un capítulo de mi vida que abarca 33 años. Aquí quisiera decir que no creo que la enseñanza sea un apostolado, ni una tremenda vocación que a uno se le despierta de pronto, como un llamado. Eso es una fantasía, por no decir algo más fuerte.
A los veinte años, yo al menos, no sentía ese llamado vocacional. Si tenía la idea de seguir una carrera de tipo intelectual, porque no se me daban los oficios manuales, era muy torpe en eso. Entré a Magisterio porque no había otra cosa en Minas para cursar y no tenía dinero como para intentar irme a estudiar a Montevideo.

Pero no fui un Maestro frustrado, no. Una vez recibido comencé a trabajar y entonces me di cuenta que sí me gustaba lo que hacía y que quería seguir en esa senda.
Tanto la seguí que trabajé diez años como Maestro de aula en Migues, Montes, Barros Blancos y La Floresta; otros diez años como Director en Colonia Nicolich, Salinas, Lagomar y en Barros Blancos otra vez.
Luego diez como Inspector de Zona y finalmente tres como Inspector Departamental, hasta jubilarme en el año 2002. Demás está decir que para acceder a estos cargos mediaron los respectivos concursos y cursos de actualización.

Al mismo tiempo fui varios años profesor de “Ciencias Geográficas” en los Liceos de Migues y Salinas. También fui profesor, de “Expresión por el Lenguaje” e “Historia de la Educación”, en el Instituto de Formación Docente de Pando. Toda mi carrera profesional se desarrolló en el departamento de Canelones y ello me llevó a vivir en lugares cercanos a donde estaban los cargos.
Esto me recuerda el por qué de mi “emigración” de Minas. Para empezar a trabajar como Maestro, en Lavalleja, tenías que elegir una escuela rural lejana; pero bien lejana; de esas de irte el domingo de tarde y volver el viernes, sin saber muy bien cómo ibas a llegar.
No sé realmente cuánto habrá cambiado esta situación, pero en aquel momento era así; porque las maestras de mayor experiencia ocupaban todos los cargos urbanos y los rurales más cercanos también..
En cambio había cargos en escuelas de Canelones, como Migues o Montes, a las cuales llegábamos en tren y podíamos volver en el día. Y así empecé.
No creo haber sido un maestro destacado, ni un profesor inolvidable. Sólo un profesional docente comprometido con su tarea, nada más. Esto del aprender y el enseñar es algo que no se acaba nunca, sólo cuando termina la existencia.

- Y en cuanto a la creación literaria ¿qué puedes decirnos al respecto?

En lo que tiene que ver con la literatura, siempre tuve por el idioma -por las palabras-, una atracción casi inexplicable.
Primero “ejercí” como lector empedernido de cuanto libro caía en mis manos. Y después “perpetré” poemas y cuentos, a escondidas, con mucho secreto, para que nadie se fuera a burlar de mis “producciones”.

Ya desde la escuela mi fuerte eran las letras y nunca las matemáticas. Lo mismo en Secundaria y en Magisterio.
Hoy día, si bien dedico gran parte de mi horario a escribir, no me considero un escritor; apenas un “escribidor”, como diría Vargas Llosa.
En el año 1983, recibí una Mención en un concurso de cuentos organizado por el Club Banco de Seguros, con el cuento “LA ESPERA”, que fue incluido en el libro colectivo “Los Catorce Mejores Cuentos”, editado por Banda Oriental.
En el año 2007 obtuve tercera Mención en el Concurso Internacional de Poesía “María Eugenia Vaz Ferreira”, con el libro “CONTRA-OLVIDO”, (no publicado).
En el año 2008 volví a obtener Mención en el mismo concurso de poesía, esta vez con un libro de Haikus, llamado “CUENTASÍLABAS”.
Me han publicado cuentos y artículos varios en Semanarios de Minas, Atlántida y Salinas. Publico regularmente en “La Gaceta” de Atlántida.
También hay cuentos y poemas de mi autoría en varias páginas web uruguayas.

- Hemos visitado tu Blog en muchas ocasiones y siempre encontramos en él informaciones muy interesantes. Para contarle a nuestros lectores ¿con qué perfil y expectativas encaraste este trabajo?

Es una tarea que me obliga a investigar, a escribir reseñas cortas y a llevarlo con un ritmo de tipo periodístico que, aunque parezca fácil, no lo es tanto.
Pero me divierte mucho y me ayuda a ejercitar las neuronas, lo que considero parte muy importante de una buena calidad de vida.

Escribo todos los días, generalmente por la mañana, tomando mate y escuchando música; corrijo mucho; nunca quedo conforme con lo producido y eso me lleva a una revisión permanente de lo escrito.
Por facilitarme esto último y por muchas otras cosas que permite hacer, considero a la computadora uno de los inventos más útiles que la tecnología nos ha dado.
Demás está decir que aspiro a publicar libros propios de narrativa y de poesía. Y por lo tanto me declaro un autor en busca de editor, lo que casi es lo mismo que decir un escribidor en busca de lectores.
No vivo en Minas, pero me considero un minuano más de los que andan por este mundo, orgullosos de su origen serrano. Me casé con una minuana y tenemos dos hijas, una de las cuales también nació en Minas.
***

7/7/11

LOLITA RUBIAL de GUADALUPE _ artículo



Señora del teatro minuano

Dolores Margarita Rubial Taveira, más conocida como Lolita Rubial, nació en Minas el 10 de julio de 1919. Sus padres fueron Don Fernando Rubial y Doña Juana Taveira.
Cursó sus estudios primarios en la Escuela Nº 2, de niñas. Los estudios secundarios los hizo en el Liceo “Eduardo Fabini”, el único existente entonces en todo el departamento.
Para encarar los estudios magisteriales tuvo que cursar las materias en forma libre, como se estilaba en aquella época, ya que sólo en Montevideo se podía realizar dicha carrera.
Mientras avanzaba en los estudios terciarios, trabajó -siendo estudiante- como maestra particular en una estancia y después en la Escuela Nº 6, de José Pedro Varela.
También se desempeñó como telefonista en la central telefónica minuana.
Una vez que obtuvo su título docente, en el año 1942, trabajó en diversas escuelas de Lavalleja y de otros departamentos.
En el año 1945 se casó con el Maestro Homero Guadalupe. De este matrimonio nacieron dos hijos, Gustavo y Conrado.
Fue destituida de su cargo de Maestra en el año 1974 por la dictadura militar y reintegrada al mismo en 1986, ya en democracia.

LOLITA RUBIAL Y EL TEATRO

Lolita siempre se interesó por el teatro. Su primera actuación como actriz fue en 1936, siendo alumna liceal integró el elenco de la obra “Una partida de ajedrez”, bajo la dirección del Dr. Saúl Pérez Casas, que era profesor del Liceo.
Durante el año 1942, forma parte de un Elenco Magisterial con el que representaron la obra "Doña Clarines", de los Hnos. Alvarez Quinteros.
En 1946 integra el grupo llamado Aficionados Teatrales y con ellos hace "La Dama de Alba", de Alejandro Casona.
Luego pasa a formar parte del elenco de la Comedia Municipal de Lavalleja (1957), con la que representan varias obras.
Su inquietud por saber cada vez más sobre el espectáculo teatral la llevó a prepararse para ser profesora de arte escénico. Para ello, en 1964, realizó un Curso de Dirección Teatral en la Escuela Municipal de Arte Dramático, de Montevideo. Allí estuvo en contacto con profesores de la talla de José Estruch, Angel Rama, Hugo Mazza, Atahualpa del Cioppo y Elena Zuasti entre otros.
En el año 1965, Lolita fundó en Minas la primera Escuela de Arte Escénico, dependiente de la Comedia Municipal de Lavalleja.
En el año 1986, ya con 67 años, es convocada a integrarse al grupo independiente “Nuevo Teatro Minuano”. Con este grupo interpreta fragmentos de "Bernarda Alba", de Federico García Lorca, saliendo en gira a otras ciudades.
Finalmente, en el año 1987 interviene en un homenaje teatral a la obra de Juan José Morosoli, realizando lectura de poemas de este autor, junto a Graciano Leis. Era su última aparición en un escenario.
Lolita Rubial murió el 22 de enero de 1990, en la ciudad de Montevideo, a los 71 años de edad.
Hasta aquí una reseña biográfica apenas esbozada, que seguramente no hace justicia a todo lo sembrado –y cosechado- por esta mujer tan singular.
Pero quiero también contar a los lectores la experiencia personal de haber asistido como alumno a su “escuela de teatro”.

En la Escuela Municipal de Arte Escénico

Conocí a Lolita Rubial a fines del año 1965; ella era Maestra de la Escuela No.1 y algunos días en la semana -por la noche- dirigía la “Escuela Municipal de Arte Escénico”, que dependía de la Comedia Municipal de Lavalleja.
Ingresé como alumno de dicha Escuela al año siguiente, con dieciocho años y siendo estudiante de magisterio; fascinado por las obras de teatro que habían presentado el año anterior como final de cursos, en el teatro de la Casa de la Cultura, lugar natural de funcionamiento de la naciente EMAE.
Quedé impresionado, digo, por esa actividad, y allí, cuando salió a saludar la directora del espectáculo, vi por primera vez a Lolita Rubial. Era una señora delgada y alta, muy elegante, con una sonrisa bondadosa que iluminaba su cara sonrosada.
A medida que la fuimos conociendo después, todos nos dimos cuenta que era muy coqueta y cuidaba mucho su presentación personal. Tenía el pelo sumamente rizado, que generalmente peinaba hacia atrás con un moño muy tirante. Usaba lentes para leer y continuamente miraba por sobre ellos, con una mirada clara y penetrante. Recuerdo que siempre se vestía impecablemente para ir a las clases -con tacos altos, por supuesto-, como si para ella aquella actividad fuera una ceremonia.
Siendo una amante del teatro -como lo era-, quería que todos sus alumnos, unos diez o doce, diésemos lo máximo sobre el escenario. Algunos eran muy buenos actores o actrices, otros como yo bastante malos; pero la mano experta de aquella maestra-actriz maravillosa que era Lolita, nos ayudaba a no desentonar.
Allí se aprendía de todo -además de actuación-, iluminación, vestuario, utilería, escenografía, maquillaje, apunte y traspunte.
En sus mejores momentos la EMAE llegó a tener una profesora de ballet, que fue Beatriz Juanín y como profesor de esgrima, el Cap. Villalba. En la parte musical, cuando era necesario, tuvimos el apoyo de Luisa Douat, conocida profesora de coros de aquella época, y de los guitarristas Ulises Peña y Miguel Villalba (hijo de Olegario Villalba).
Aquí es el momento de aclarar que todo esto era gratuito para nosotros, y que los profesores eran todos honorarios. También Lolita Rubial, por supuesto, había fundado y mantenía abierta aquella Escuela en forma honoraria.
Apenas si se atisbaban por detrás, como sombras protectoras, las figuras de Leoncio Del Barrio y Mario Asuaga, que eran, por aquel entonces, presidente y secretario de la Comisión Directiva de la Comedia Municipal; pero eran por sobre todo un tremendo apoyo moral para nosotros; y algún dinerillo aportaban, creo, para la compra de materiales mínimos de escenografía.
Fue una quijotada, una aventura cultural, que duró unos pocos años; al menos en esa primera época; ignoro si después siguió existiendo la EMAE como tal.

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En todo caso, esta dama del teatro minuano, abrió un ancho camino cultural cuando fue necesario, y lo hizo con total desprendimiento, dando horas de su descanso y sacrificando su vida familiar; porque las clases comenzaban al anochecer, ya que todos trabajábamos o estudiábamos, y los ensayos-clase duraban hasta las nueve o las diez de la noche.
Durante el año 1966 presentamos obras cortas en José Pedro Varela; Solís de Mataojo; en la Semana de la Juventud; en la Escuela No.11, del barrio Estación; en la Escuela No.34, de Roldán. En fin, en cuanto lugar se le pidiera a Lolita que llevara a sus alumnos, allá íbamos, porque eso era parte del “entrenamiento” que ella quería darnos.
Pero el momento culminante era cuando la EMAE presentaba, en la Casa de la Cultura, su trabajo de fin de cursos.
Ahí todos nos sentíamos actores y actrices “de verdad” y Lolita era la gran directora del espectáculo, que había llevado todo el año de preparación y que, en los días previos a la presentación, demandaba muchas horas de trabajo.
Entre los alumnos de aquel entonces estaban Antonio Espino, Dardo Cantizzani, Héctor Villalba, Myriam Carreras, Líder García, Norma Carreño, Marta Toledo, Fernando Riccetto, las hermanas Anastasia y Carmen Detoca, María Isabel Hernández, Arinda González y alguna compañera, o compañero, más que no recuerdo ahora.
Los hijos de Lolita, Gustavo y Conrado Guadalupe Rubial, participaban también en las actividades teatrales. Gustavo ya como alumno -tendría trece o catorce años- y Conrado era un niño, que hacía los papeles de niño cuando las obras lo requerían.
Quise compartir estos recuerdos para que los minuanos, que no la conocieron, sepan algo más acerca de Lolita Rubial. Y como un homenaje, cariñoso, para alguien que fue un pilar de la cultura minuana. Por supuesto que su rica personalidad no se agota en dos o tres anécdotas. De descubrir más facetas ya se encargarán otros.
Así como se encarga su familia de mantener vivo su nombre, a través de la obra maravillosa que es la “Fundación Lolita Rubial”, promotora inestimable de la cultura en Minas y en el país entero....................................
Wilson Mesa



(Lolita Rubial muy jovencita)



(alumnos de la EMAE representando "La cueva de Salamanca" de Cervantes, año 1966)



(alumnos de la EMAE en 1966- "El viejo celoso")



(programa de 1966, EMAE, Minas)

Fuentes _ Algunos datos biográficos fueron extraídos de la página de la "Fundación Lolita Rubial" http://www.fundacionlolitarubial.org/

(Las imágenes se pueden ampliar)

UN HOMBRE EN LA COMUNIDAD: EL LEGADO DE JORGE CASARETTO

  Cine  Atlántida - Inaugurado en 1955     UN HOMBRE EN LA COMUNIDAD: EL LEGADO DE JORGE CASARETTO                                         ...